Monday, June 2, 2008

El hombre que inventó el celofán

*Por García Márquez


En Zurich, a los 82 años de edad, acaba de morir uno de los grandes benefactores de la humanidad: Jacques Edwin Brandenberg, químico suizo, inventor del papel celofán. Como homenaje a él, eliminamos emocionadamente las comillas y escribimos: papel celofán, sin las muletas que le han servido a esta palabra para transitar por el idioma castellano, cuyos académicos envueltos en papel celofán, no se han dignado entregar las cartas credenciales a su propia envoltura.

Jacques Edwin Brandenberg ha muerto, sin pensar acaso que a él debe la humanidad algo más poético que una sustancia impermeable. Su hermosa imaginación de sabio interesado en encontrar una luminosa materia que sirviera para envolver los bombones, descubrió el maravilloso secreto para civilizar el vidrio. Tal vez los académicos de la lengua castellana hayan tenido razón al vacilar en la legitimación del papel celofán, porque acaso el celofán no sea papel sino sencillamente vidrio; vidrio dócil, manso, domesticado, puesto al alcance de las manos y la imaginación de los niños.

No se puede concebir que alguien haya inventado el papel celofán sin relacionar automáticamente ese invento con una mentalidad infantil. Sólo la curiosidad de ver el interior de las cosas, de conocer el contenido de los aguinaldos sin necesidad de estropear su envoltura, pudo sugerir a un sabio suizo la idea de que los objetos fueran envueltos en vidrio, que era la única manera de conservar en ellos el hermoso atractivo que tenían en los escaparates, antes de ser comprados. No es posible pensar en la utilidad y al mismo tiempo en el papel celofán. Esto último es la fantasía, una necesidad de juguete que permite llevarse a casa los objetos con vitrina y todo, como lo soñaron los niños de todo el mundo antes de que se inventara el papel celofán.

Por eso Jacques Edwin Brandenberg es una gloria de la humanidad. Por haber creado una útil y muy higiénica realidad de mentirijillas, al lado de la realidad verdadera que sirve para muchas cosas menos para que sean más bellos los bombones. El autor de semejante prodigio, muerto ayer, merece que su cadáver sea conservado a la vista de las generaciones futuras, no en un suntuoso ataúd de cedro, sino en una transparente, impermeable y gloriosa envoltura de papel celofán.

1 comment:

Ø said...

Frente a algunos comentarios, especialmente el del Iña: "sentí profundo pesar por la muerte de ese gran hombre", debo aclarar, creo que corresponde, que este artículo, el de arriba, fue escrito y publicado, en 1953.