Monday, December 31, 2012

Historias para soñar


"¿Qué hacían los salvajes alrededor del fuego? ¿Preparaban lo que iban a hacer el día siguiente? ¿Planificaban el trabajo, la caza, la pesca? No, Turco, vos sabés que no. Se contaban historias. Historias de espíritus y aparecidos, de magia, del mundo de los muertos. Esos ritos no los preparaban para enfrentar el día siguiente, los preparaban para dormir, para soportar ser nada como todavía lo somos, y poder soñar".


Salvador Benesdra, en El traductor.

Sunday, December 30, 2012

Wednesday, December 12, 2012

Mirándonos


Una tarde de marzo nos encontramos en un cine de la calle 24: nos pareció gracioso que ambos estuviéramos solos viendo películas en blanco y negro (había un ciclo de Buñuel, esa tarde daban Simón del desierto, me dormí a los quince minutos). Intercambiamos teléfonos para tomarnos un café al día siguiente, y al día siguiente dejamos el café a medio tomar cuando nos dimos cuenta, en plena conversación banal, de que no nos interesaba contarnos las vidas, sino irnos a algún lugar donde pudiéramos acostarnos y pasar el resto de la tarde mirándonos los cuerpos que llevábamos imaginando, cada uno por su cuenta, desde que nos habíamos cruzado por primera vez en el espacio frígido de las aulas.

Juan Gabriel Vázquez, en El ruido de las cosas al caer.

Hoy





Tuesday, December 11, 2012

Algo silencioso y lejano


Y entonces hubo unos segundos de silencio, excepto la canción moribunda de los pájaros, las voces de la calle, los sonidos débiles, los gritos y las llamadas que se perdían y algo silencioso del atardecer, algo lejano, inmenso y susurrante, que había en el aire.

Thomas Wolfe, en No hay puerta.

Wednesday, October 31, 2012

El cuadro


Solíamos verle de vez en cuando en el Hotel Carlyle. Sería exagerado llamarle amigo, pero F. era un viejo conocido, y mi mujer y yo siempre esperábamos ilusionados su llegada cuando llamaba para anunciar que venía a la ciudad. Contrariamente a todas las demás personas que hemos conocido, no tenía que trabajar para vivir. Su familia pertenecía a la clase alta francesa, y como demás se había casado con una mujer que tenía aún más dinero que él, F. era libre de hacer lo que se le antojara. Lo que nos parecía admirable de él —aparte de su inteligencia y amabilidad— era la pasión con que se entregaba a sus aficiones. Tal vez no tenía necesidad de trabajar para vivir, pero trabajaba muchísimo. Era un prolífico poeta, autor de muchos libros de los que podía enorgullecerse, y también una de las principales autoridades del mundo en Henri Matisse. Tanta era su reputación, de hecho, que un importante museo francés le había pedido que organizara una extensa exposición de la obra del pintor. F. no era comisario profesional, pero se había entregado a la tarea con gran energía y competencia. Su idea era reunir todos los cuadros de Matisse de un período concreto, de cinco años de duración, perteneciente a la parte central de su carrera. Se trataba de decenas de lienzos, y como estaban desperdigados por todo el mundo en colecciones privadas y museos, F tardó varios años en preparar la exposición. Al final sólo hubo una obra que no pudo encontrar, pero era crucial, la obra clave de toda la exposición. F. había sido incapaz de descubrir quién era el propietario, no tenía ni idea de dónde estaba el cuadro, y sin él se malograrían años de viajes y meticuloso trabajo. En los seis meses siguientes se dedicó en exclusiva a buscar ese lienzo, y cuando lo encontró, resultó que durante todo ese tiempo había estado a pocos metros de él. La propietaria era una mujer que vivía en un apartamento del Hotel Carlyle. El Carlyle era el hotel favorito de F, y en él se alojaba siempre que venía a Nueva York. Y no sólo eso, sino que el apartamento de la mujer estaba situado justo encima de la habitación que F. siempre reservaba para él: a sólo un piso de distancia. Lo que significaba que cada vez que F. iba a dormir al Hotel Carlyle, preguntándose dónde podía hallarse la misteriosa pintura, ésta colgaba de una pared justo encima de su cabeza. Como una imagen soñada.


Paul Auster en Experimentos con la verdad

Hoy


Saturday, October 27, 2012

Tan poco


Los versos significan tan poco, cuando se ha escrito joven. 

Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias. 

Para escribir un solo verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las florecitas al abrirse por la mañana. Es necesario poder pensar en camiones de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que hacía tiempo se veían llegar; en días de infancia cuyo se mortificaba cuando traían una alegría que no se comprendía (era una alegría para otro); en enfermedades de infancia que comienzan tan singularmente, con tan profundas y graves transformaciones; en días pasados en las habitaciones tranquilas y recogidas, en mañanas al borde del mar, en la mar misma, en mares, en noches de viaje que temblaban muy alto y volaban con todas las estrellas –y no es suficiente incluso saber pensar en todo esto. Es necesario tener recuerdos de muchas noches de amor, en las que ninguna se parece a la otra, de gritos de parturientas, y de leves, blancas, durmientes paridas, que se cierran. ES necesario aún haber estado al lado de los moribundos, haber permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación, con la ventana abierta y los ruidos que vienen a golpes. Y tampoco basta tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues, los recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que no se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso.

Rainer María Rilke, en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge

Wednesday, September 26, 2012

Una especie de necesidad

Cuando más profundizo en mi propia obra, menos atractivos se vuelven los problemas teóricos. Cuando recordamos las obras que nos han conmovido, descubrimos que siempre han sido escritas por una especie de necesidad. Hay algo que nos atrae, una invitación humana que nos despierta el deseo de escuchar la obra. Quizás tenga poco que ver con la literatura.

George Bataille escribió sobre esto en su prólogo a El azul del cielo. El dice que todo libro real nace de un momento de pasión y luego pregunta: "¿Cómo podemos leer libros que no nos sentimos ansiosos de leer?". Creo que tiene toda la razón: siempre hay algo impreciso que nos hace atender la obra de un autor, algo que no podemos definir, pero que resulta fundamental.

Paul Auster en una entrevista que le hizo el crítico Joseph Mallia.

Hoy

Saturday, September 15, 2012

Agua fría

Salavín cayó en una profunda meditación. Edouard fue comiéndose todas las almejas y vació su doble de cerveza. Salavín seguía soñando; con la barbilla apoyada en el pecho. En cierto momento su cara tomó una expresión tan penosa que Edouard le puso una mano sobre el hombro.

— ¿En qué estás pensando?
— En nada, en nada —dijo sobresaltado Salavín. Y añadió, al cabo de unos segundos—: me estaba ahogando.
— ¿Ahogándote?
— Sí, con la imaginación. Muchas veces me sucede.
— ¿Ahogándote... en el agua?
— Sí, en el agua fría, por la noche.

No dijo nada más e incluso se despidió de Edouard con cierta brusquedad.


George Duhamel, en Dos hombres.

Saturday, September 1, 2012

Hoy


Trata de olvidarse.
Sentado sobre el cajón, mientras el tren va y viene de una terminal a la otra; cuando lustra los zapatos o se sumerge debajo de las polleras y con los ojos bucea la piel caliente de las chicas del instituto, o cuando de vuelta a casa intenta adivinar qué lleva cada uno de esos hombres en sus bolsos, adónde van, trata de olvidarse.
Pero hay cosas que quedan impregnadas dentro. Y por más que uno se esfuerce en cubrirlas con pensamiento, afloran; como cuerpos de un naufragio y flotan, atrapadas por recuerdos.

Oriol Angrill Jordá


Thursday, August 30, 2012

Con la misma obstinación

Sin embargo, todo lo que ha de escribirse debe empezarse siempre desde el principio e intentarse siempre de nuevo, hasta que por lo menos una vez se logra de forma aproximada aunque nunca satisfactoria. Y por inútil que sea, y por terrible y desesperado que sea, hay que probar siempre de nuevo cuando tenemos un tema que nos aflige siempre y siempre con la misma obstinación y no nos deja ya en paz. Aun sabiendo que nada es seguro y que nada es completo, debemos, aun en medio de la mayor inseguridad y de las mayores dudas, comenzar y proseguir lo que nos hemos propuesto. Si siempre renunciamos antes de haber empezado, caemos en definitiva en la desesperación y estamos perdidos. Lo mismo que cada día debemos despertar y comenzar y proseguir lo que nos hemos propuesto, es decir, tenemos que seguir existiendo.

(...)

Nos hemos resignado con el hecho de que, aunque la mayor parte del tiempo en contra de nuestra voluntad, tenemos que existir, porque no nos queda otro remedio y sólo porque una y otra vez, cada día y cada minuto nos resignamos de nuevo a ello, podemos continuar. Y hacia dónde avanzamos, si somos sinceros, nos es conocido, hacia la muerte, pero la mayor parte del tiempo nos guardamos de confesarlo. Y por esa conciencia de no hacer otra cosa que ir hacia la muerte y porque sabemos lo que eso significa intentamos disponer de todos los medios posibles para apartarnos de ese conocimiento y así no vemos en este mundo, si miramos bien, más que personas ocupadas continua y perpetuamente en ese apartamiento. Todas las personas, cualesquiera que sean, están dominadas por ese proceso, el de apartarse de la muerte que en todos los casos tienen delante, había pensado.


Thomas Bernhard, en Sí.

Sunday, August 12, 2012

En realidad


En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.

Roberto Arlt, en el prólogo a Los lanzallamas.

Sunday, July 22, 2012

Hoy




El 2 de febrero de 2008, Juan “Pico” Mónaco estaba en su mejor momento. Catorce en el ranking mundial, venía con un envión imparable. Pero ese partido, la final de dobles del ATP de Viña del mar, cada vez se ponía más difícil. Jugaba con Máximo González, contra José Acasuso y Sebastián Prieto. Iban perdiendo 6-1, 3-0, cuando fue a buscar una pelota al fondo. Pisó el cajón de unos de los jueces de línea y se esguinzó el tobillo izquierdo. Quedó tirado sobre el polvo de ladrillo. Con la bronca entre los dientes y la conciencia de que su puesto en el ranking caería sin freno.
Se perdió la final en Chile y la primera ronda de la Copa Davis frente a Gran Bretaña.
Terminó el año en el puesto 46.
Pero pudo reponerse.


***

            Mónaco está sentado en una mesa para cuatro en este bar de esquina en Palermo. Lleva una campera de sponsor, roja con tiras blancas, chaleco y pantalón negro. Parece incómodo frente a la mesa, chica, sostenida sobre patas cruzadas, de madera filosa.
            Antes de empezar la nota, me dice que su entrenador no me va a aclarar las respuestas que me dio por mail. Que los dos saben que eran un poco generales, no tan específicas, pero que hay cosas que quieren mantener en reserva. No pueden abrir tanto el juego, porque su trabajo depende de eso. “Es parte de la estrategia”, dice y pregunta cómo va a seguir el cuestionario. Y entonces sí, las preguntas y las respuestas.
            Cuando Mónaco sale a la cancha está solo. Frente al oponente, red de por medio, es él con su raqueta, las muñequeras, la vincha, la ropa y nadie más. La soledad del tenista promedio. Sin embargo, durante la semana trabaja con un entrenador físico, uno técnico, dos médicos, dos kinesiólogos y un manager. Ningún psicólogo.
Mónaco trata de priorizar lo humano sobre lo deportivo. “No es como en el fútbol que ves al entrenador una vez por día: yo desayuno con mi equipo, almuerzo con ellos, ceno y comparto el hotel”.
A Ignacio Menchón, su coach físico, lo conoce desde chico, fueron al mismo colegio y los padres son amigos. A Gustavo Marcaccio, su coach técnico, desde la adolescencia.
Saber que ellos confían en su laburo, que no están con él por la plata lo deja tranquilo. Saber que si mañana le va mal y alguien les hace una buena oferta no le van a decir: fue un gusto, pero hasta acá llegamos.
 — El tenis es un juego psicológico: estar bien afuera de la cancha hace que uno pueda rendir mejor adentro —dice.



***

            Mónaco es fachero, famoso, tiene plata (según el diario BAE en diez años ganó unos US$ 4,7 millones), no para de entrenar, está todo trabado, y de vez en cuando aparece en la tapa de alguna revista de moda con alguna novia, Luisana Lopilato, Zaira Nara, aunque a él, lo que más le preocupa es el tenis. Lo que lo obsesiona, lo que piensa cada noche antes de dormir, es cómo hacer para mejorar, para precisar detalles en el saque o la volea.
            Como si siguiera un dogma, por día, como mínimo, toma cuatro litros de agua, duerme ocho horas, consume cuatro mil calorías. Se levanta a las 8, desayuna cereales, tostadas con queso, café con leche, jugos, fruta y huevos. A las 9.30, al gimnasio. Ciento veinte minutos en los que busca desarrollar potencia en los brazos, estabilidad en la cintura; reacción y velocidad en las piernas.
            Almuerza carbohidratos: papa, arroz, pastas. Duerme siesta. Dos horas de tenis, una hora de fisioterapia. Merienda batidos proteicos, algún sándwich de queso, come frutas y frutos secos. Descansa. Cena carne, pescado o pollo que acompaña con carbohidratos. De postre, flan, o dulce, o una fruta. Y a dormir.
            Al día siguiente, si no juega, lo mismo.
            Es autoexigente dentro y fuera de la cancha. Se obsesiona con las comidas, con el descanso. Tiene 28 años y sabe que, a esta edad, no puede regalar un centímetro. Quiere estar bien físicamente: su táctica de juego depende de eso.
    No soy un jugador supertalentoso. No tengo un juego muy agresivo ni un saque muy potente, tampoco soy especialista en canchas rápidas. Baso mi estrategia en el diálogo. Soy un jugador de ritmo que gana puntos a partir de la tercera o cuarta pelota, que va desgastando todo el tiempo y cuando el otro baja, sigue ahí —dice antes de morder el sándwich de queso.

La perseverancia, el pensamiento único y constante, no es algo de los últimos tiempos. A los 8 ó 9 años, Mónaco se entrenaba todos los días. En Tandil. En invierno, con  cero grados, con las canchas llenas de escarcha.
Después de cumplir 14, se fue siete meses a entrenarse a Miami. Luego, se mudó a Barcelona, donde se formó como tenista profesional. En España vivió cuatro años. Dejó a su familia, sus amigos, pasó las Navidades solo, se perdió la adolescencia, las fiestas de quince de sus compañeras de colegio, todos sus cumpleaños. Dice, fue un sacrificio muy grande. Hubo momentos, a los 15 ó 16 años, cuando empezaba a jugar profesionalmente y perdía casi todos los partidos, en los que dudaba.
¿Y si me vuelvo? ¿Y si me pongo a estudiar y hago la vida que hacen mis amigos que la pasan infernal? Pero cada vez, me inclinaba por el sacrificio, por seguir y  luchar: ¡Vamos que podemos! ¡Vamos que podemos!
Casi no queda sándwich.
Ya jugó 400 partidos de ATP. Y a veces, después de alguno muy duro, los siente. En la muñeca, el hombro, las caderas, la espalda. Pero hay que seguir. Para mejorar hay que seguir. Y Mónaco sabe que es un jugador que se acelera muy rápido. Si quiere superarse tiene que luchar, sobre todo, contra la ansiedad. Contra eso se entrena.

Si por ejemplo hay que pegarle con derecha cruzada durante veinticinco minutos. Bueno, hacerlo a conciencia. Sin mirar para otro lado, pensando en la técnica, pensando sólo en corregir —toma un trago de café con leche y sigue, enérgico—. Por ahí te pasan cosas por la cabeza, te distraés: uh, salgo de acá, tengo la nota de hoy a la tarde, las fotos, apenas termino me tengo que bañar. Estoy en la Argentina quiero ir a ver a mis viejos, la cabeza se dispara y es ahí donde decís: enfocate. Dale, volvé. Dale, volvé. Todo el tiempo pensar en ir a por más.

***

¿Qué es ir a por más? ¿Por qué alguien pierde toda su vida tratando de pegarle mejor a una pelota, de correr más rápido, de tirar una bola de metal más lejos?  ¿Por qué una persona que nada sin parar durante ocho horas y media para algunos es un héroe?
¿Qué hay más allá de la plata, de la fama, del reconocimiento?
¿La obsesión del deportista es algo sano? ¿O son enfermos: obsesivos socialmente aceptados?
Cuando uno le pregunta a un deportista de alto rendimiento por qué hace lo que hace, la respuesta suele ser “qué buena pregunta”. Luego, algunos segundos de silencio. Y después sí: “Porque me gusta”. “Porque no podría hacer otra cosa”. “Porque me pone contento”. “Es difícil de explicar, pero cuando hago esto siento que estoy en lo mío”.
¿La repetición como una búsqueda de orden?
            ¿Mejorar para llegar a qué?
            ¿Para ganar algo?
            ¿Para ser mejor?n
            ¿Repetir por repetir?
            ¿O repetir para no pensar?


***

El 17 de abril de 2012, cuatro años después de aquella lesión, Mónaco había recuperado su mejor puesto en el ranking: de nuevo era el número catorce del mundo. Se sentía en el mejor momento de su carrera. Había hecho semifinales del Masters en Miami, había perdido con el mejor del mundo, Novak Djokovic, por 6-0 y 7-6( 5). Venía embalado. Jugaba contra el holandés Robin Haase, en Montecarlo, la primera ronda del Masters 1000. Iban 5-7, 6-0, 3-1 y Mónaco, vestido de naranja furioso, devolvió la pelota y pisó mal, pisó con la cara externa del pie derecho y oyó el ruido de una soga al romperse, tac, y cayó y desde el piso gritó que no podía creerlo. No quería tocarse. Pensaba que se había roto el talón de Aquiles. Pensaba que, de nuevo, una vez más, cuando estaba subiendo en el ranking, venía esta lesión. Pensaba que iba a perder todo el año y se agarraba la cabeza y gritaba: no puedo creerlo, no.
            Después de revisarlo, el médico le dijo que era una torcedura tobillo. Sólo una torcedura de tobillo. Se relajó tanto que quiso seguir. Djokovic sacó. Mónaco no tuvo reacción, le costaba pisar.

    Dos veces estuviste número 14 en el ranking y las dos veces te lesionaste. ¿Cómo interpretás eso?
    Hay dos formas de ver las cosas: deprimirse y decir “qué mala leche tengo” y pensar en la mala suerte y en un montón de cosas. O pensar que las cosas pasan por algo, que hay que seguir adelante. Que si me lesioné hoy, esta noche me voy a mentalizar para que la recuperación sea lo más rápido posible.

Al día siguiente, los médicos le dijeron que con ejercicios y kinesiología, podía volver en seis semanas. Que quizás, con suerte, llegaba a Roland Garros.
Y él que se había matado para estar, de nuevo, top 15, pensó que le había costado tres años volver a su mejor ranking.
Pensó: en cuatro semanas vuelvo.
Y en cuatro semanas, volvió.
En el Masters 1000, en Roma. Con todo. Y aunque no pudo (4-6, 6-2 y 6-3), estuvo a punto de ganarle a Djokovic, al número uno del mundo.


***

El año se le hace largo. Empieza la pretemporada en diciembre y el circuito en enero; recién se relaja a mediados de noviembre.
— No es fácil con tanta exigencia en la cabeza estar motivado todo el tiempo. Uno sufre pequeños altibajos, por eso es bueno tener un grupo humano al lado que te mantenga en órbita: ni tan eufórico cuando te va bien, ni tan abajo cuando te va mal.
A medida que se hacen conocidos, la presión sobre los tenistas aumenta. Al llegar al puesto treinta, el público, los periodistas, ellos mismos, quieren estar en el quince. Y, luego, seguir subiendo. Pero Mónaco se traza objetivos a corto plazo, no tan difíciles de alcanzar, que pueda cumplir de a poco.
    Sé que si me entreno muy duro y tengo esa obsesión por mejorar pequeños detalles, como el saque, la derecha y el revés y gano puntos, el ranking va a venir solo.
A la noche, después de un partido, mira series norteamericanas: Mad men, Lost o Six feet under. En una semana puede ver treinta capítulos. No chatea. Chatear lo desenfoca. Si está en China y habla con amigos o familiares que le cuentan lo que están haciendo, se acuerda, extraña y se va a dormir triste. Por eso, mira series, o alguna película.
Y al acostarse, después de cerrar los ojos, antes de quedarse dormido, trata de visualizar el partido del día siguiente, piensa cómo va a ser, si va a haber algún punto largo, o revisa el entrenamiento.
Su vida, dice, pasa ciento por ciento por el tenis. No puede dejar nada librado al azar.
Su vida, dice, no tiene sorpresas. Se rige por un estricto cronograma: el primero de octubre va a estar en Japón (Rakuten Japan Open), el siete en Shangai (Rolex Masters), el lunes 22 en Valencia (Open 500); la semana siguiente en París (BNP Paribas Masters).
Y durante los partidos tiene costumbres, rituales, que lo ayudan a concentrarse, a no pensar en otra cosa que no sea cómo pegarle a la pelota para que vaya adonde él quiera dirigirla.
Cuando saca, pica la pelota de seis a trece veces. Se enfoca en el número y, en ese momento, no piensa en absolutamente nada más que en la técnica del saque.
Y antes de devolver, mira para abajo dos segundos, y luego sí al oponente.
Cuando toma agua o alguna bebida energizante, siempre: dos tragos. No importa cuánta sed tenga. Dos tragos. Así, va a estar hidratado. No sabe si hacer esto está bien o está mal, pero lo deja tranquilo.
Y tres o cuatro minutos antes de los partidos necesita estar solo. Música y pensamiento. Catupecu Machu: bien arriba, mucha energía; o U2 o, si está triste, una cumbia: Gilda o Los Totora, para seguir el ritmo.
Y siempre, desde aquella vez de la lesión en Chile, un diálogo interno. El rosario en el pecho, el mismo pedido.
    Terminar sano. No me importa el resultado, jugar bien o jugar mal no me importa, pero quiero terminar sano, es lo único que pido: terminar sano el partido.

    En tu equipo no hay psicólogos, ¿no?

    No. Somos muchos y no me parece bueno meter más gente. Tengo un entrenador, un preparador físico y un equipo médico, amigos, que son los mejores psicólogos que pueden existir. Si tengo alguna inquietud, prefiero hablarla con ellos. Hay muchísima confianza y me van a decir la verdad de lo que está pasando. Si me ven bien o me ven mal.


            Hoy, una vez más, Mónaco está catorce del mundo. Viene embalado. Y aunque sabe que los Juegos Olímpicos son en Wimbledon y que en césped no ha tenido muy buenos resultados, está tranquilo. No podría calcular porcentualmente sus posibilidades de ganar una medalla. Eso depende de muchos factores, dice. Puede jugar el mejor partido de su vida y perder en primera ronda o jugar más o menos y ganar. Sabe que si hace las cosas bien, los resultados llegan.
            No por nada hoy está donde está. Número catorce del mundo.
            A París fue 27 veces. No conoce el Louvre, no conoce Notre Dame, no dio una vuelta en barco por el Sena. Subió una sola vez a la Torre Eiffel. Suele enfocarse en los partidos, en descansar, bajar la adrenalina en el hotel, no tiene tiempo para paseos.
La mesa, las patas cruzadas de madera.
    Si alguien me pregunta si conocí París. No, la verdad es que no lo conozco. ¿Roland Garrós? Sí, de punta a punta. ¿Los aeropuertos? Todos. La concha de tu madre, que…
Pone cara de dolor, se agarra la rodilla.
    Hay, boludo, me hice mierda… Me corté… Me pegué con la punta.
            Agarra una servilleta, y se agacha, se acaricia la pierna. Deja la servilleta en la mesa. En el papel blanco, la mancha de sangre.
    Dale, no pasa nada. ¿Qué te estaba diciendo?

Monday, July 16, 2012

Un simple detalle

A priori, el escritor no es nada, nadie, situación que, a decir verdad, metafísicamente hablando, comparte con los demás hombres, de los que lo diferencia, en tanto que escritor, un simple detalle, pero tan decisivo que es suficiente para cambiar su vida entera: si para los demás hombres la construcción de la existencia reside en rellenar esa ausencia de contenido con diversas imágenes sociales, para el escritor todo el asunto consiste en preservarla. 


La tensión de su trabajo se resume en lo siguiente: no se es nadie ni nada, se aborda el mundo a partir de cero, y la estrategia de que se dispone prescribe, justamente, que el artista debe replantear día tras día su estrategia.

Juan José Saer, en Concepto de ficción.

Saturday, July 14, 2012

Esfuerzo

Quizá por sentir que el sacrificio no había valido la pena (creyó que al contarle la noticia ella lloraría de felicidad), o porque en el fondo, a lo largo de todos estos años, no hacía otra cosa que esperar que Olena se fuera, comprar con su esfuerzo el perdón para alejarla; cuando ella con los ojos húmedos y un castellano casi perfecto le dijo que le agradecía el gesto pero prefería quedarse (había descubierto que junto a él estaba su lugar en el mundo), Vidal la golpeó varias veces con un martillo de carpintero.

Gustave


Thursday, July 5, 2012

Las tinieblas

El que empezó este feroz trabajo de humillación fue mi padre. Cuando tenía diez años y había cometido una falta, me decía: Mañana te pego. Siempre era así, mañana... ¿Se dan cuenta? Y esa noche dormía, pero dormía mal, con un sueño de perro, hasta que una mano me sacudía la cabeza en la almohada. Era él que me decía con voz áspera: Vamos... es hora. Quería hablarle, pero era imposible ante su espantosa mirada. Su mano caía sobre mi hombro obligándome a arrodillarme, yo apoyaba el pecho en el asiento de la silla, agarraba mi cabeza entre sus rodillas, y me cruzaba las nalgas de crueles latigazos. Cuando me soltaba, llorando, corría a mi pieza. Una vergüenza enorme me hundía el alma en las tinieblas. Porque las tinieblas existen, aunque usted no lo crea. 


Roberto Arlt, en Los siete locos.

Wednesday, June 27, 2012

Reaccionar contra lo que nos ofende



Las perturbaciones, las ansiedades, las depravaciones, la muerte, las excepciones en el orden físico o moral, el espíritu de negación, los embrutecimientos, las alucinaciones favorecidas por la voluntad, los tormentos, la destrucción, las lágrimas, las insaciabilidades, las servidumbres, las imaginaciones penetrantes, las novelas, lo inesperado, lo que no debe hacerse, las peculiaridades químicas del buitre misterioso que acecha la carroña de alguna ilusión muerta, las experiencias precoces y abortadas, las oscuridades con caparazón de chinche, la terrible monomanía del orgullo, la inoculación de los estupores profundos, las oraciones fúnebres, las envidias, las traiciones, las tiranías, las impiedades, las irritaciones, los despropósitos agresivos, la demencia, el soleen, los terrores razonados, las inquietudes extrañas que el lector preferiría no sentir, las muecas, las neurosis, las hileras ensangrentadas por las que se hace pasar la lógica que no tiene salida, las exageraciones, la falta de sinceridad, los parloteos, las vulgaridades, lo sombrío, lo lúgubre, los partos peores que los asesinatos, las pasiones, el clan de los novelistas de tribunales, las tragedias, las odas, los melodramas, los extremos presentados perpetuamente, la razón silbada impunemente, los olores de gallina mojada, las insipideces, las ranas, los pulpos, los tiburones, el simún de los desiertos, todo aquello que es sonámbulo, turbio, nocturno, somnífero, noctámbulo, viscoso, foca parlante, equívoco, tuberculoso, espasmódico, afrodisíaco, anémico, tuerto, hermafrodita, bastardo, albino, pederasta, fenómeno de acuario y mujer barbuda, las horas repletas de desaliento taciturno, las fantasías, las acritudes, los monstruos, los silogismos desmoralizadores, las basuras, lo que es irreflexivo como el niño, la desolación, ese manzanillo intelectual, los chancros perfumados, los muslos con camelias, la culpabilidad de un escritor que rueda por la pendiente de la nada y se desprecia a si mismo con gritos jubilosos, los remordimientos, las hipocresías, las perspectivas imprecisas que os trituran con sus engranajes imperceptibles, los severos escupitajos sobre los axiomas sagrados, la piojería y sus cosquilleos insinuantes, los prefacios insensatos como los de Cromwell, de la señorita de Maupin y de Dumas hijo, las caducidades, las impotencias, las blasfemias, las asfixias, las sofocaciones, las rabias; frente a esos inmundos osarios que con sólo nombrarlos enrojezco, es hora de reaccionar contra lo que nos ofende y nos doblega autoritariamente.


El conde de Lautréamont

Saturday, June 23, 2012

Se sentía feliz


Me sentía feliz en esa caminata, un poco embotado, con el cuerpo calmo, irrigado por una sangre tan dulce como la lluvia que caía. En el puente pasé por detrás de una forma inclinada sobre el parapeto, que parecía contemplar el río. Al acercarme distinguí a una joven delgada, vestida de negro. Entre los cabellos oscuros y el cuello del abrigo veía sólo una nuca fresca y mojada a la que no fui insensible. Pero después de vacilar un instante, proseguí mi camino. Al llegar al extremo del puente tomé por los muelles en dirección de Saint-Michel, donde vivía. Había recorrido ya unos cincuenta metros más o menos, cuando oí el ruido, que a pesar de la distancia me pareció formidable en el silencio nocturno, de un cuerpo que cae al agua. Me detuve de golpe, pero sin volverme. Casi inmediatamente oí un grito que se repitió muchas veces y que fue bajando por el río hasta que se extinguió bruscamente. El silencio que sobrevino en la noche, de pronto coagulada, me pareció interminable. Quise correr y no me moví. Creo que temblaba de frío y de pavor. Me decía que era menester hacer algo en seguida y al propio tiempo sentía que una debilidad irresistible me invadía el cuerpo. He olvidado lo que pensé en aquel momento. "Demasiado tarde, demasiado lejos... ", o algo parecido. Me había quedado escuchando inmóvil. Luego, con pasitos menudos, me alejé bajo la lluvia. A nadie di aviso del incidente.

Albert Camus, en La Caída

Sunday, June 10, 2012

Límites

No hace mucho, respondiendo a la encuesta de un joven escritor sobre los límites de lo real con lo fantástico, me vi en la obligación de aclararle que lo fantástico no existe, ya que la realidad es una y única. 
“Lo que sucede — concluí yo— es que la realidad se manifiesta en planos y gradaciones diferentes que van desde la realidad relativa del universo manifestado hasta la realidad absoluta de su admirable Manifestador: de tal suerte, la mariposa que cierta noche sonó Chuang Tsé, filosofo, es tan real como Chuang Tsé mismo”.


Leopoldo Marechal, en Megafón, o la guerra.

Ellos


Tren de medianoche

Me gusta pensar que soy un tren que atraviesa Estados Unidos a la medianoche y conversa con sus escritores favoritos. Y en ese tren iría gente como George Bernard Shaw, Frost, Shakespeare, Steinbeck, Huxley, Thomas Wolfe.


Ray Bradbury, en una nota a la revista Paris Review.

Sunday, May 27, 2012

Algo en la vida

"El amigo de un amigo tuvo una vez un accidente: un tipo medio loco lo atacó con una navaja y lo tuvo secuestrado en el baño de un bar casi trece horas. Quería que le dieran un auto y pasaporte y que lo dejaran cruzar a Brasil, del o contrario iba a tener que matarlo (al amigo de mi amigo). El loco temblaba como un endemoniado y le puso la navaja en la garganta y en un momento dado lo obligó a arrodillarse y a rezar el padrenuestro. La cosa se iba poniendo cada vez peor, cuando de golpe al loco se le pasó el revire y soltó el arma y empezó a pedirle disculpas a todo el mundo. Un momento de nervios lo tiene cualquiera, decía. El amigo de mi amigo salió del baño caminando como dormido y se apoyó en una pared y dijo: Por fin me ha sucedido algo. Por fin me ha sucedido algo".

"Todos nos inventamos historias diversas (que en el fondo son siempre la misma), para imaginar que nos ha pasado algo en la vida. Una historia o una serie de historias inventadas que al final son lo único que hemos vivido. Historias que uno mismo se cuenta para imaginarse que tiene experiencias o que en la vida nos ha sucedido algo que tiene sentido".

Ricardo Piglia, en Respiración artificial

Inmersión oriental


Wednesday, May 9, 2012

Hoy

"Hace mucho tiempo, O. Henry contaba la historia de una pareja de amantes jóvenes y pobres que, por hacerle al otro un regalo importante, venden lo más valioso que poseen: ella se corta el cabello para comprarle a él una cadena de oro para su reloj, mientras que él vende su reloj para comprarle a ella una peineta de carey para su cabello. La moraleja final parecería ser que los grandes actos de amor son, en esencia, inútiles".

Paola Kaufmann, en El salto.

Wednesday, April 4, 2012

Erizos


El vaivén del colectivo, el sol que entra tibio a través de la ventana, el recuerdo, lo adormecen de a poco.

Escucha a una mujer que habla en voz baja y lejana, un bocinazo, el ladrido de un perro.

Se acomoda en el asiento rígido y en ese cálido estado de somnolencia, siente sobre la cara la ácida textura del erizo de mar, el gelatinoso cuerpo que lo asfixia.

Sunday, April 1, 2012

De las flores la piedad

Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?

Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevida y crüel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?

Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?

En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?


Pedro Calderón de la Barca, en La vida es sueño.

Tuesday, March 27, 2012

Monday, March 26, 2012

El azul de las pequeñas ciruelas maduras


La palabra recientemente se ha transformado desde que te encerraron. Hoy no tengo ganas de escribir sobre cuánto tiempo hace ya de eso. La palabra recientemente ahora abarca todo ese tiempo. Antes significaba unas semanas o antes de ayer. Recientemente, tuve un sueño.

En el sueño había una carretera, una carretera peligrosa, llena de asechanzas. Era una carretera polvorienta, sin asfaltar y con unas rodadas muy, muy profundas. Muchos habían perdido la vida o habían caído heridos en ella en diferentes momentos. Esto lo sabía en el sueño: estaba escrito de algún modo en su superficie. Iba caminando por esa carretera, y llevaba el corazón roto, pero no tenía miedo. Tal vez fuera la carretera de nuestros refugiados. Esto lo pienso ahora, porque en los sueños suceden estas cosas, pero cuando estaba en el sueño no lo pensaba. Sólo caminaba, y en un momento determinado apareció a mi derecha una formación rocosa, alta como la pared de una habitación. Me detuve y, no sin cierta dificultad, la escalé. ¿Y qué vi desde ahí arriba? No sé qué palabras usar. Las palabras nunca vienen en tu ayuda. Pero entre las palabras inútiles verás lo que vi. Varios montones de ciruelas, pilas, rimeros, cargamentos de ciruelas azules cubiertos de escarcha. Y dos cosas me sorprendieron, amor mío. En primer lugar, su tamaño: con cada uno de los montones se podría haber llenado un tren de mercancías de cuarenta vagones. No eran muy altos, pero sí muy anchos y muy largos. Y en segundo lugar, me sorprendió su color. Pese a la escarcha, el azul de las ciruelas era incandescente, radiante. No te equivoques: ningún cielo tiene ese azul; era el azul de las pequeñas ciruelas maduras. Y su azul es lo que quiero hacerte llegar esta noche a la celda, mientras escribo a oscuras.


John Berger, De A para X

Wednesday, March 21, 2012

Multitudinario


"Si el periodismo está muriendo, el funeral tendrá la mayor cantidad de asistentes de la historia".

Dijo Robert Boynton.

Saturday, March 17, 2012

La más servil de todas las actitudes

¿Acaso las críticas de literatura contemporánea no son una permanente ilustración de la capacidad de juzgar? "Ese gran libro", "Ese libro vacío", el mismo libro es llamado de las dos maneras. Ni el elogio ni la censura significan nada. No, por agradable que pueda ser el pasatiempo de medir, es la más fútil de todas las ocupaciones, y el someterse a los decretos de los medidores, la más servil de todas las actitudes. Todo lo que importa es que escriban lo que quieran escribir; y nadie puede decir si importará una eternidad o sólo unas horas. Pero sacrificar un sólo cabello de su visión, un sólo matiz de su color, en consideración de un director de escuela con un cacharro de plata en sus manos, o a algún profesor con una vara de medir en la manga, es la traición más abyecta; y el sacrificio de la riqueza y la castidad (que solía considerarse el mayor de los desastres humanos) es, en comparación, una mera picadura de pulga.

Virginia Woolf, en El cuarto propio.

Friday, March 16, 2012

Un sueño intranquilo y ruidoso


Había momentos en que el propio pasado te volvía, como a veces cuando uno no tiene ni un momento para sí; pero volvía en forma de un sueño intranquilo y ruidoso, recordado con asombro en medio de las realidades abrumadoras de ese extraño mundo de plantas, y agua, y silencio.


Joseph Conrad, en El corazón de las tinieblas.

Hoy

Sunday, March 4, 2012

Camus II



Ah, sí, el calor era terrible y a menudo volvía locos a casi todos, cada día más nerviosos y sin fuerzas ni energías para reaccionar, gritar, insultar o golpear, y el nerviosismo se acumulaba como el calor, hasta estallar aquí o allá en el barrio, leonado y triste, como aquel día en que, en la Rue de Lyon .—casi en el borde del barrio árabe llamado el Marabout, alrededor del cementerio tallado en la greda roja de la colina.—, Jacques vio salir del local polvoriento del peluquero moro a un árabe vestido de azul, con la cabeza rasurada, que dio unos pasos en la acera delante del niño, en una extraña actitud, el cuerpo inclinado hacia adelante, la cabeza mucho más echada hacia atrás de lo que parcía posible y, en efecto, no lo era. El peluquero, que había enloquecido mientras lo afeitaba, había abierto de un solo navajazo la garganta ofrecida, y el otro no sintió, bajo el suave filo, sino la sangre que lo asfixiaba, y salió corriendo, como un pato semidegollado, mientras el peluquero, dominado inmediatamente por los clientes, lanzaba unos gritos terribles, terribles como el calor durante esos días interminables.

Albert Camus, en El primer hombre.

Hieronymus Bosch


Camus I


El juego consistía entonces en avanzar contra el viento, levantando la palma cada vez más. El vencedor era el que podía llegar primero al extremo de la terraza sin que el viento le arrancase la palma de las manos, permanecer de pie enarbolándola en la punta de los brazos, con todo el peso apoyado en una pierna adelantada, y luchar victoriosamente y durante el mayor tiempo posible contra la fuerza rabiosa del viento. Allí, erguido, dominando aquel parque y aquella meseta bullente de árboles, bajo el cielo surcado a toda velocidad por enormes nubes, Jacques sentía que el viento venido de los confines del país bajaba a lo largo de la palma y de sus brazos para llenarlo de una fuerza y una exultación que le hacía largar largos gritos, sin parar, hasta que, con los brazos y los hombros rotos por el esfuerzo,, abandonaba por fin la palma que la tempestad se llevaba de golpe junto con sus gritos. Y por la noche, en su cama, deshecho de cansancio, en el silencio del cuarto donde su madre dormía con un sueño ligero, seguía oyendo aullar el tumulto y el furor del viento, que amaría toda su vida.

Albert Camus, en El primer hombre.

Hoy

Friday, March 2, 2012

Aullar en silencio

Un escritor es algo extraño.
Es una contradicción y también un sin sentido.
Escribir es también no hablar.
Es callarse.
Es aullar sin ruido.

Marguerite Duras, en Escribir.

Wednesday, February 29, 2012

Escritores fallidos


Un escritor, soga en mano, a punto de colgarse de una viga del techo, se dispone a redactar unas líneas de despedida, toma un lápiz y escribe la consabida frase de que no se culpe a nadie de su muerte.

Hasta ahí va bien la cosa, pero decide añadir unas líneas para pedir disculpas a sus seres queridos y, en vez de redactar, se pone a escribir.

Dos horas después lo encontramos sentado a la mesa, la soga olvidada sobre una silla, tachando adjetivos y corrigiendo una y otra vez la misma frase para dar con el tono justo. Cuando termina está agotado, tiene hambre y lo que menos desea es suicidarse.

El estilo le ha salvado la vida, pero quizá fue por el estilo que quiso acabar con ella; tal vez uno de los resortes de su gesto fue la convicción de ser un escritor fallido y tal vez lo sea, como lo son todos aquellos que pretenden escribir el justificante perfecto, que son los únicos que vale la pena leer.

Escriben para justificar que escriben, la pluma en una mano y una soga en la otra.


Fabio Morabito

Tuesday, February 28, 2012

Comete un repollo, manatí

Un suave y siniestro sonido



"...animado por una suerte de movimiento inmóvil, del que salía un ruido continuo, semejante a un chirrido subterráneo casi imperceptible como el de ciertas células vistas con microscopio".

Albert Camus, en El primer hombre.

Friday, January 20, 2012

Chapó

—Yo también escribí un comunicado esta mañana —dice, y, sin otra aclaración, se pone a leer lo que está escrito en la hoja: En uno que se moría / mi propia muerte no vi, / pero en fiebre y geometría / se me fue pasando el día / y ahora me velan a mí. El matemático, que ha entrecerrado los ojos y ha adoptado una expresión de placer anticipándose a la lectura, para demostrar sin duda —y sin duda a causa de la presencia de Leto— que ya ha gozado muchas veces de la prerrogativa de una lectura privada de los poemas de Tomatis, el Matemático, digo, cuando Tomatis termina su lectura, lenta y un poco aflautada, pero bastante monocorde, se vuelve hacia Leto interrogándolo con ojos extasiados. Y Tomatis, haciendo, como dicen, silencio, se pone a mirar, con indiferencia deliberada, la vereda soledada, el cielo azul, los autos, la gente que pasea por la calle. Soberbio, se apresura a decir el Matemático. Y Leto, después, por el contrario, de una vacilación: ¿No podrás leerlo de nuevo? Hay cosas que se me escaparon.

Una sombra tenue pasa, rápida, por la cara de Tomatis. Sin haberlo pensado nunca, sbe que un pedido de relectura es una forma velada de indicar que el efecto buscado por el lector no ha alcanzado al oyente y que el oyente, o sea Leto, ¿no?, para no verse en la obligación de ensalzar lo que no le ha hecho ningún efecto, utiliza el pedido de relectura con fines dilatorios y también para preparar, durante la relectura, un comentario convencional que deje satisfecho a Tomatis. Pero en rigor de verdad, Leto no lo ha escuchado: mientras leía, recuerdos desteñidos, sin orden, y casi sin imágenes ni contenido, lo han arrancado de la mañana de octubre, llevándolo muchos meses atrás, al período durante el cual, gracias a la diligencia de Lopecito y a causa de la fuga compulsiva de Isabel, se han venido a vivir a la ciudad. Leto percibe la humillación leve, a su juicio injustificada, de Tomatis, cuando comienza a leer por segunda vez el poema y siente, sobre todo, mientras asume una expresión mucho más atenta que la que hubiese bastado a una atención natural, la mirada que clava en su rostro, desde un poco más arriba que su cabeza, el Matemático, quien parece haber asumido, solidarizándose con Tomatis, un control severo sobre la emoción estética que, perentoria, la lectura debe despertar en él, control que, desde luego, produce un efecto inverso al deseado, ya que por su presión excesiva sobre Leto se convierte en un motivo de distracción. La voz monocorde, aflautada y lenta de Tomatis, un poco diferente de su voz natural, va profiriendo las sílabas, las palabras, los versos del poema, estructurando, gracias a su entonación artificial, un fragmento sonoro de esencia paradójica, como se dice, ¿no?, que al mismo tiempo pertenece y no pertenece al universo físico.así, físico, ¿no?, que es, también, otro modo que tienen de decirle a eso, el magma ondulatorio y material, tan desmedido en su exterioridad, menos apto al rito que a la deriva, aunque el animal soñoliento que lo atraviesa, fugaz, sospechando su existencia, se obstine en naufragar contra él en asaltos clasificatorios y obcecados. Austera o lapidaria, la voz de Tomatis declama: En uno que se moría / mi propia muerte no vi, / pero en fiebre y geometría / se me fue pasando el día / y ahora me velan a mí.

— Redondo —estima por fin Leto.


Juan José Saer, en Glosa.

Tuesday, January 17, 2012

Cruzan


Pasan de la sombra al sol, de la vereda a la calle, de la calle a la vereda y del sol a la sombra de nuevo sin cambiar el ritmo de su paso y sin estar obligados a detenerse una sola vez, ya que, por una de esas casualidades, ningún auto pasa en ese momento por la trasversal.

Juan José Saer, en Glosa.

Thursday, January 12, 2012

Veracidad

Cuenta Juan Villoro que cuando Tomás Eloy Martínez escribía Santa Evita pensó a Perón y a su esposa en el Luna Park: la primera vez que se vieron, ella se acercó y le dijo una frase al oído.

Tomás Eloy se preguntó qué podría haber dicho, y decidió, conjeturando, que fuera: “gracias por existir”.

Tiempo después, en un museo del peronismo, descubrió esas palabras, enmarcadas en una vitrina.

Escribió una carta entonces, dirigida al director del museo, donde le contaba que él había inventado esa frase, para justificar su novela.

Recibió una andanada de respuestas de organizaciones peronistas:

¿Quién se creía que era para refutar la veracidad de tamaño hecho histórico?