Saturday, November 15, 2014

Hoy


Publicar


Escribir es objetivar sueños, es crear un mundo exterior como premio evidente de nuestra índole de creadores. Publicar es entregar ese mundo exterior a los otros: ¿pero para qué, si el mundo exterior común a nosotros y a ellos es el "mundo exterior real", el de la materia, el mundo invisible y tangible? ¿Qué tienen que ver los otros con el universo que hay en mí?

Fernando Pessoa

Thursday, July 31, 2014

Onomatopeya



Al llegar, tras subir la escalera, sabiendo tibio el lado izquierdo de la cama, ve a su mujer dormida, Allí, luego de la cena, reposa ella las primeras horas de la noche. Apenas escucha el ruido de la llave en la cerradura se mueve hacia el otro lado de la cama. Cuando él entra a la pieza, entre sueños, más dormida que despierta, besa el aire con ruido: onomatopeya de que lo quiere. 

Sunday, May 18, 2014

Saturday, May 17, 2014

Su realidad*



En Zurich, a los 82 años de edad, acaba de morir uno de los grandes benefactores de la humanidad.

Eso escribió García Márquez en 1953. Si cambiáramos la ciudad por México y la edad por 87 años, la frase recobraría vigencia.

Gabo hablaba de Jacques Edwin Brandenberg, el inventor del papel celofán: nosotros hablaríamos de él.

Digo Gabo como si lo hubiera conocido; de algún modo lo hice. Leer es acercarse a quien escribe y él hizo mucho para que pudiéramos acercarnos.

Decía Gabo, entonces, que Brandenberg era una gloria “por haber creado una útil y muy higiénica realidad de mentirijillas, al lado de la realidad verdadera que sirve para muchas cosas menos para que sean más bellos los bombones”.

De él, podríamos decir lo mismo.

La realidad de Gabo servía para que fueran más bellos los bombones, los hombres famélicos arriba de una balsa, los directores de cine proscriptos, los zapateros remendones y los nenes en los parques. Hasta los secuestradores.

La realidad de Gabo servía para que fuera más bella la realidad, que no suele ser bella.
Sobre la realidad de Gabo podríamos decir muchas cosas, porque éste parece ser uno de esos momentos en el que no hay nada para decir y, sin embargo, hay que decirlo porque de alguna manera sólo eso hacemos todo el tiempo: decir cosas.

Qué tristeza, la muerte de Gabo y su realidad.



*Publicado en el diario Página 12.

Hoy


Sunday, April 13, 2014

Dos minutos






La cuestión es que yo había tomado el métro en la estación de Saint-Michel y en seguida me puse a pensar en Lan y los chicos, y a ver el barrio. Apenas me senté me puse a pensar en ellos. Pero al mismo tiempo me daba cuenta de que estaba en el métro, y vi que al cabo de un minuto más o menos llegábamos a Odéon, y que la gente entraba y salía. Entonces seguí pensando en Lan y vi a mi vieja cuando volvía de hacer las compras, y empecé a verlos a todos, a estar con ellos de una manera hermosísima, como hacia mucho que no sentía. Los recuerdos son siempre un asco, pero esta vez me gustaba pensar en los chicos y verlos. Si me pongo a contarte todo lo que vi no lo vas a creer porque tendría para rato. Y eso que ahorraría detalles. Por ejemplo, para decirte una sola cosa, veía a Lan con un vestido verde que se ponía cuando iba al Club 33 donde yo tocaba con Hamp. Veía el vestido con unas cintas, un moño, una especie de adorno al costado y un cuello... No al mismo tiempo, sino que en realidad me estaba paseando alrededor del vestido de Lan y lo miraba despacio. Y después miré la cara de Lan y la de los chicos, y después mé acordé de Mike que vivía en la pieza de al lado, y cómo Mike me había contado la historia de unos caballos salvajes en Colorado, y él que trabajaba en un rancho y hablaba sacando pecho como los domadores de caballos...

Johnny ha dicho Dédée desde su rincón. 

Fíjate que solamente te cuento un pedacito de todo lo que estaba pensando y viendo. ¿Cuánto hará que te estoy contando este pedacito?

No sé, pongamos unos dos minutos.

Pongamos unos dos minutos remeda Johnny. Dos minutos y te he contado un pedacito nada más. Si te contara todo lo que les vi hacer a los chicos, y cómo Hamp tocaba Save it, pretty mamma y yo escuchaba cada nota, entiendes, cada nota, y Hamp no es de los que se cansan, y si te contara que también le oí a mi vieja una oración larguísima, donde hablaba de repollos, me parece, pedía perdón por mi viejo y por mí y decía algo de unos repollos... Bueno, si te contara en detalle todo eso, pasarían más de dos minutos, ¿eh, Bruno?

Si realmente escuchaste y viste todo eso, pasaría un buen cuarto de hora -le he dicho, riéndome. 

Pasaría un buen cuarto de hora, eh, Bruno. Entonces me vas a decir cómo puede ser que de repente siento que el métro se para y yo me salgo de mi vieja y Lan y todo aquello, y veo que estamos en Saint-Germain-des-Prés, que queda justo a un minuto y medio de Odéon. 

Nunca me preocupo demasiado por las cosas que dice Johnny pero ahora, con su manera de mirarme, he sentido frío.

Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa ha dicho rencorosamente Johnn. Y también por el del métro y el de mi reloj, malditos sean. Entonces, ¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh, Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? Te juro que ese día no había fumado ni un pedacito ni una hojita -agrega como un chico que se excusa-. Y después me ha vuelto a suceder, ahora me empieza a suceder en todas partes. Pero -agrega astutamente- sólo en el métro me puedo dar cuenta porque viajar en el métro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando...


      Se tapa la cara con las manos y tiembla. 



Julio Cortázar, en El perseguidor.

Friday, March 28, 2014

Manual de estilo




La cárcel filosófica que nos tiene a todos adentro ha tomado por asalto hasta nuestros recuerdos, decretando para ellos la ficción de la cronología, Y sin embargo, siguen siendo, obstinados, nuestra única libertad.

A menos que se vuelvan obsesión. Entonces obedecen a una especie de ley de excepción, rigurosa y perentoria alguien los llamó "martillantes". Con una regularidad que les es propia, ciertos recuerdos de anécdota mínima, sin contenido narrativo aparente, vuelven una y otra vez a nuestra conciencia, neutros y monótonos, hasta que, de tanto volver, nuestra conciencia los viste de sentimientos y de categorías: como cuando a un perro vagabundo, que pasa a contemplarnos mudo, todos los días, ante nuestra puerta, terminamos por ponerle un nombre.


Una narración podría estructurarse mediante una simple yuxtaposición de recuerdos. Harían falta para ello lectores sin ilusión. Lectores que, de tanto leer narraciones realistas que les cuentan una historia del principio al fin como si sus autores poseyeran las leyes del recuerdo y de la existencia, aspirasen a un poco más de realidad. La nueva narración, hecha a base de puros recuerdos, no tendría principio ni fin. Se trataría más bien de una narración circular y la posición del narrador sería semejante a la del niño, sobre el caballo de la calesita, trata de agarrar a cada vuelta los aros de acero de la sortija. Hacen falta suerte, pericia, continuas correcciones de posición, y todo eso no asegura, sin embargo, que no se vuelva la mayor parte de las veces con las manos vacías.


Juan José Saer, en La mayor

Monday, March 17, 2014

Olor a mar




—¿Estar conmigo, acaso, no tiene sentido? —preguntó él y se incorporó, sobre los codos, para verla sonreír.

Ella siguió con la mirada en el mar.

—No hablo de eso. No se trata de algo que pueda explicar como explico un dolor. Es una sensación, un gusto a la altura de los ojos, un recuerdo agradable interrumpido por un estruendo. 


Thursday, January 30, 2014

París*





París es un lagarto dorado debajo de un puente, varios turistas a cientos de metros del piso pagando absurdos por una copa de champagne: todos al mismo tiempo, sacándole fotos a la nada. Es una estación de metro. Y otra. Y otra. Y otra. Y un subte que aunque sigue siendo subte, por un rato, se anima, sale del túnel, deja la oscuridad.


Es una calle, Henri Barbusse, en Montreuil. Una madrugada fría, una casa pequeña con estufas, cerca de una feria de quesos blanquecinos, pútridos, deliciosos; un supermercado árabe donde los empleados no hablan inglés aunque chapucean un castellano tierno y engolado.


París es Malena, su aro de nariz, bufanda, gorro, guantes, varios pulóveres en un cementerio nevado, Père-Lachaise. La gente frente a la lápida de Morrison, los que murieron alrededor: pisoteadas serán sus tumbas. París es Proust y su mausoleo, Dumas y su estación.

Crepes, lluvias, nubes, macarrons, la valija con una rueda rota, el olor del humo de ciertas chimeneas, mandarinas podridas y té chino. París es un cansancio turístico y devastador a las seis de la tarde, un quisiera irme a dormir pero sólo serán seis días y aun no fuimos al Sacré Coeur.

Caminar, perderse, Deux magots, passe de presse.

París son los turistas repetidos en la entrada del Louvre, poniendo la mano así para que la foto; porque uno no tapó la luna con el dedo pero agarró la punta de la pirámide para el Facebook.

Mapas, agua del Sena, axolotes.

París son esas monedas, doradas, metálicas, dos euros en una máquina, un recuerdo pero sobre todo la rendición ante el hecho innegable de ser un turista más. 



*Publicado en la contratapa del suplemento de Cultura del diario Tiempo Argentino.