Tuesday, March 31, 2009

Cerca

Agarro fuerte la piqueta --una especie de bastón terminado en pico y pala-- y camino. Hace frío. Los crampones se clavan en el hielo. Sólo se oyen pasos y viento.

Camino sobre el glaciar. El suelo se angosta. Cada vez más. Debe haber un metro de lado a lado, yo en el medio. A derecha, a izquierda: precipicio.

En un momento, pienso o, en realidad, me doy cuenta.

Es un error. Acá, no hay que pensar. No hay que darse cuenta. Me detengo.

El miedo es algo más consciente y premeditado: esto es distinto. "Estoy cerca de la muerte". Me quedo quieto. No me muevo.

Pero no voy solo. Voy enganchado en una cordada de siete personas. Y, por suerte, el de adelante sigue. Y la soga tira y yo, no puedo hacer otra cosa, también camino.

El vacío, a ambos lados, queda atrás.

Sólo se oyen pasos, viento y, ahora también, mi respiración.

Saturday, March 14, 2009

Señora


Bueno, sí. Como secretario de Seguridad acepto su propuesta, señora. La acepto, pero con atenuantes. Sí, pena de muerte con atenuantes. Si nos vamos a atribuir la prerrogativa de matar, al menos, demos la posibilidad del arrepentimiento. Claro. Ya lo estuve pensando. Podríamos hacerlo en dos etapas. Usted, señora, que veo ha estado analizando el tema, ¿qué propone? ¿Tiene algún método innovadorglamouroso para la segunda etapa? ¿Cuál? ¿La segunda? Es la etapa final, en la que asesinaremos al malviviente: ¿Muerte por inanición: podríamos suspenderlo con cintas negras de una grúa de Puerto Madero, en una mezcla morbosa de acto de ley y vanguardia artística? ¿Muerte por deshidratación luego de consumir drogas caras, de ésas que provocan alucionaciones terribles? ¿Muerte por envenamiento después de comerse bombones de chocolate y menta, con pequeñas dosis de curare? Señora, le pido que me ayude, no tengo muy claro qué es el glamour.

Deme algunas ideas: Quizás, lo podamos atar a un poste de una calle de Barrio Norte para que los vecinos pasen y le claven prendedores brillantes. ¿Sabe cómo duele eso, señora? Y peor es la humillación. Sí, claro que se lo tienen merecidos. Hijos de puta. Hijos de mil puta, antisociales con la sangre que les brota y mancha las alhajas plateadas. Lo comparto, señora, comparto lo que dice pero me parece que no estamos para grasadas: inyección letal, silla eléctrica, eso se usaba antes. Estamos para más. Algo con brillo, algo que nos ponga orgullosos de ser como somos. Algo que nos represente como argentinos.

Claro. Veo que me entiende. Dele, piénsese algo así. Una cosa innovadora. No. De la primera etapa no se preocupe. De ésa, me encargo yo. Todavía no lo tengo totalmente decidido. Sé por quiénes vamos a empezar, señora. Tengo ganas de agarrar a todos esos famosos que usan su condición para importar autos de discapacitados y ahorrarse unos cientos de miles de dólares. Esa gente de mierda que se cree que esto es joda, que en este país se puede hacer lo que uno quiere, pasando por sobre las instituciones, la policía, la ética y la concha de su madre. ¿O no me va a dar la razón, señora?

Es la única forma para terminar con esta escoria, con esta sociedad de mierda en la que vivimos. Una buena manera de dar el ejemplo. Sí. Y creo que el escarnio debe ser público. ¿A ver qué le parece? Escuche. Prime time. Una silla. Fondo infinito. Primer plano a la cara del delincuente. Luz natural, señora, nada de luces de estudio. Y esto es clave, se va a dar cuenta porqué. Primer plano a la cara del delincuente famoso, llorando. Usted no sabe lo fácil que es hacer que esa gente llore, señora. Son pura superficie. Pura vanidad, alimento del ego. En el fondo son blandos. Sufren, sufren todo el tiempo pero maquillan ese sufrimiento con sonrisas idiotas. ¡Gaby Alvarez!, señora, ¡Gaby alvarez no podía viajar solo por el mundo! El relacionista público más importante de la Argentina. ¡Un asesino! Con miedo a viajar solo…

Lo único que les importa es que los reverencien, que les digan qué lindos que son, qué suerte que tienen. Usted lo sabe, señora. Pero volvamos al estudio. Primer plano a las lágrimas que asoman. ¿Que cómo sé? La vida es larga, señora, y uno siempre se hace un hueco para estudiar cine, un poquito de televisión. Todos tenemos un hobbie. Pero sigo, señora, dejeme que le cuente. La cámara, despacio, se va alejando. Plano medio. Y el espectador se da cuenta de que al menos de la cintura para arriba el famoso está desnudo. Está desnudo y llora. Zoom. Zoom lento pero potente, continuo, que se acerca al cuello. Un primer plano del cuello. Acuérdese de lo que le dije antes, señora: luz natural. Esa es la clave. ¿Qué le parece? ¿Sabe el efecto que puede llegar a producir en el televidente el cuello de ese famoso, viejo, al desnudo, bajo un haz de luz natural?


¿Vio? No por nada soy el secretario de Seguridad. Hay que pensar estrategias para combatir la delincuencia. Pero espere que no le conté lo mejor. Frente al famoso, que podría tener las manos esposadas, hay un televisor. Un televisor que le va mostrando, minuto a minuto, la imagen proyectada; la imagen de su cuello, y el rating de la emisión. Así, el famoso sabe cuántas millones de personas le están viendo las arrugas.

Tengo que revisar la normativa vigente, señora. No me quiero meter en problemas con el Comfer. Aunque quizás, lo podamos hacer después de la medianoche. No. No, yo le digo porque mi idea no era terminar ahí, seguiría por las muñecas. Las muñecas esposadas, las manchas de vejez. ¿Vio? Sí. No. En realidad, sé porque me estuve asesorando. Eso también es parte del trabajo. Me dijeron que el cuello y las muñecas es donde más se marca la vejez, señora. Bueno, lo del Comfer. Porque la idea primigenia era, si es mujer, un plano de las tetas. Un plano de las estrías de las tetas. Y, luego, un plano de la cola. ¿Qué le pasa, señora? ¿Quiere un vaso de agua? Claro. Exacto. Un plano de toda la celulitis. Primer plano de la piel ajada. Y si es un tipo, en bolas. Un plano general en bolas; quizás acercamos la cámara. ¿Seguro está bien? La noto un poco pálida. No. No. La entiendo. Yo también me emocioné cuando descubrí este sistema. Imagínese, en esta sociedad democrática, que los delincuentes famosos se democraticen frente a la cámara, que se muestren como son, que se saquen ese halo de impunidad que les da parecer hermosos. ¡Ah! ¡Y nada de fianzas!. Estoy viendo de armar algo con el presidente para que no se pueda pagar ninguna fianza. Democratizar la Argentina, señora. A salvo de delincuentes. Una Argentina limpia. Sí, sí. Sigo. Momento ansiado. El momento que todos van a esperar, desde sus casas, sentados a la mesa, conversando en familia. ¿Vio que ahora hay realities de cualquier cosa? La pregunta, la pregunta que el famoso deberá responder frente a toda la teleaudiencia. Plano general. Quizás deberíamos poner unos efectos de sonido, aunque eso podemos hablarlo después con algún realizador. Plano general: el famoso, llorando angustiado. Tratando de taparse (está completamente desnudo). Y una voz en off, como la del que hablaba en Gran Hermano, una voz grave, que meta miedo, que diga, dando lugar a un primerísimo primer plano del famoso: ¿Usted, señora, sigue a favor de la pena de muerte?

Thursday, March 12, 2009

Confieso (o "Los posibles motivos de la existencia de una palabra irreal como 'felicidad'")

Lo debo haber hecho cuatro o cinco veces en mi vida. Cuando me pongo contento en serio, alzo los brazos, los pongo rígidos como si los codos no se articularan, y grito; grito en voz baja, grito ronco. Grito como si pronunciara la letra “e”, y luego la letra “a”, sin que me importe nada, hasta ahogarme, hasta necesitar una respiración desesperada. Salto de un lado a otro, como un nene. (Esto sólo lo puedo hacer si estoy solo). Sigo gritando. Muerdo fuerte los dientes y sigo gritando hasta ser consciente de lo que acaba de pasar, dejo de gritar y ahí sí, siento las lágrimas. Cierro fuerte los ojos y siento, asomando, las dos o tres lágrimas que me permito. Y sonrío. Con los ojos cerrados sonrío, me quedo así, sin abrirlos, sintiendo eso. Que puede ser el amor, la certeza de que algo es genial, o la simple confirmación de que, a veces, unas muy pocas veces (me ha pasado, luego se derrumban por la decisión de otro, alguien que no soy yo) con poco, con muy pero muy poco, uno puede alcanzar esos fugaces instantes de felicidad; los únicos que, creo, le dan sentido a la existencia de una palabra así, tan falsa, poco concreta e imposible de alcanzar.

Tuesday, March 10, 2009

Yo, narradora



Ahí sí le diría que lo amo. Una vez le dije te quiero. Pero él no dijo nada. Se quedó serio y no dijo nada. Y al rato, se puso de mal humor. Así que ahora sólo lo pienso. Cuando estoy con él, lo miro a los ojos, me quedo como boba mirándolo a los ojos, y pienso: te quiero. Pero no se lo digo. Se lo doy a entender, con la mirada; como si le hablara al lado del oído. Y por la cara que pone, parece como si me hubiera escuchado.

Una vez, estuvo por decirme te quiero. Al tiempo de conocernos. Dijo: Celeste. Qué, le respondí. Y se quedó callado. Como pensando. Al ratito dijo: nada. Pero me abrazó tan fuerte. Y sentí que me decía: yo también te quiero, amor.

Friday, March 6, 2009

Abasto shopping


La vieja está sentada en el asiento de madera de la estación Abasto, del subte B. El subte está quieto. Y es gracioso porque la señora tiene el marco de los anteojos marrón, del mismo color que el asiento, y blanco, como las baldosas del piso. Tiene anteojos que la mimetizan con el ambiente subterráneo de la estación shopping. El tipo, boina, saco de gabardina marrón, se para al lado de la señora y se queda quieto. Mira a la gente que sube al subte. Se oye una especie de corneta y las puertas empiezan a cerrarse, en la estación no queda nadie, salvo la vieja, que debe estar esperando a alguien, y el tipo, que mira las puertas que se cierran simultáneas, y que, de repente, le pega a la vieja en la nuca, con el puño bien cerrado. La vieja cae y una mujer que está dentro del subte grita, pero el tipo no la oye o no le importa porque le empieza a pegar patadas a la vieja que está en el suelo, que trata, como puede, de levantarse; aunque eso antes de la primera patada, porque después se queda quieta, recibiendo los golpes como si fuera una bolsa de papa. Está en el suelo, sin moverse, y el tipo sigue, como con bronca, como si le hubiera jurado venganza o algo así. El viejo que tengo al lado dice que paren el tren, que el hijo de puta la va a matar. Algunos, que no entienden, miran al viejo como si estuviera loco. El viejo está parado frente al botón rojo, que sirve para detener el subte sólo en una emergencia, pero grita paren el tren, que el hijo de puta la va a matar. Quiere que lo haga otro, o no se dio cuenta de que él puede. La mujer que gritó antes lo mira angustiada. El viejo le pregunta a uno de traje si no vio lo que pasaba. Pero el otro no vio y ya es tarde para verlo. Por la ventana, sólo se ve negro.