Friday, January 20, 2012

Chapó

—Yo también escribí un comunicado esta mañana —dice, y, sin otra aclaración, se pone a leer lo que está escrito en la hoja: En uno que se moría / mi propia muerte no vi, / pero en fiebre y geometría / se me fue pasando el día / y ahora me velan a mí. El matemático, que ha entrecerrado los ojos y ha adoptado una expresión de placer anticipándose a la lectura, para demostrar sin duda —y sin duda a causa de la presencia de Leto— que ya ha gozado muchas veces de la prerrogativa de una lectura privada de los poemas de Tomatis, el Matemático, digo, cuando Tomatis termina su lectura, lenta y un poco aflautada, pero bastante monocorde, se vuelve hacia Leto interrogándolo con ojos extasiados. Y Tomatis, haciendo, como dicen, silencio, se pone a mirar, con indiferencia deliberada, la vereda soledada, el cielo azul, los autos, la gente que pasea por la calle. Soberbio, se apresura a decir el Matemático. Y Leto, después, por el contrario, de una vacilación: ¿No podrás leerlo de nuevo? Hay cosas que se me escaparon.

Una sombra tenue pasa, rápida, por la cara de Tomatis. Sin haberlo pensado nunca, sbe que un pedido de relectura es una forma velada de indicar que el efecto buscado por el lector no ha alcanzado al oyente y que el oyente, o sea Leto, ¿no?, para no verse en la obligación de ensalzar lo que no le ha hecho ningún efecto, utiliza el pedido de relectura con fines dilatorios y también para preparar, durante la relectura, un comentario convencional que deje satisfecho a Tomatis. Pero en rigor de verdad, Leto no lo ha escuchado: mientras leía, recuerdos desteñidos, sin orden, y casi sin imágenes ni contenido, lo han arrancado de la mañana de octubre, llevándolo muchos meses atrás, al período durante el cual, gracias a la diligencia de Lopecito y a causa de la fuga compulsiva de Isabel, se han venido a vivir a la ciudad. Leto percibe la humillación leve, a su juicio injustificada, de Tomatis, cuando comienza a leer por segunda vez el poema y siente, sobre todo, mientras asume una expresión mucho más atenta que la que hubiese bastado a una atención natural, la mirada que clava en su rostro, desde un poco más arriba que su cabeza, el Matemático, quien parece haber asumido, solidarizándose con Tomatis, un control severo sobre la emoción estética que, perentoria, la lectura debe despertar en él, control que, desde luego, produce un efecto inverso al deseado, ya que por su presión excesiva sobre Leto se convierte en un motivo de distracción. La voz monocorde, aflautada y lenta de Tomatis, un poco diferente de su voz natural, va profiriendo las sílabas, las palabras, los versos del poema, estructurando, gracias a su entonación artificial, un fragmento sonoro de esencia paradójica, como se dice, ¿no?, que al mismo tiempo pertenece y no pertenece al universo físico.así, físico, ¿no?, que es, también, otro modo que tienen de decirle a eso, el magma ondulatorio y material, tan desmedido en su exterioridad, menos apto al rito que a la deriva, aunque el animal soñoliento que lo atraviesa, fugaz, sospechando su existencia, se obstine en naufragar contra él en asaltos clasificatorios y obcecados. Austera o lapidaria, la voz de Tomatis declama: En uno que se moría / mi propia muerte no vi, / pero en fiebre y geometría / se me fue pasando el día / y ahora me velan a mí.

— Redondo —estima por fin Leto.


Juan José Saer, en Glosa.

Tuesday, January 17, 2012

Cruzan


Pasan de la sombra al sol, de la vereda a la calle, de la calle a la vereda y del sol a la sombra de nuevo sin cambiar el ritmo de su paso y sin estar obligados a detenerse una sola vez, ya que, por una de esas casualidades, ningún auto pasa en ese momento por la trasversal.

Juan José Saer, en Glosa.

Thursday, January 12, 2012

Veracidad

Cuenta Juan Villoro que cuando Tomás Eloy Martínez escribía Santa Evita pensó a Perón y a su esposa en el Luna Park: la primera vez que se vieron, ella se acercó y le dijo una frase al oído.

Tomás Eloy se preguntó qué podría haber dicho, y decidió, conjeturando, que fuera: “gracias por existir”.

Tiempo después, en un museo del peronismo, descubrió esas palabras, enmarcadas en una vitrina.

Escribió una carta entonces, dirigida al director del museo, donde le contaba que él había inventado esa frase, para justificar su novela.

Recibió una andanada de respuestas de organizaciones peronistas:

¿Quién se creía que era para refutar la veracidad de tamaño hecho histórico?