Friday, February 27, 2009

Estatuas





En la Plaza Francia, en Recoleta, en el medio de la plaza, hay una estatua sobre un pedestal. Si uno se acerca por atrás, por la espalda de la estatua si es que podemos decir que las estatuas tienen espalda, ve un hueco. En el pedestal, que es de una especie de mármol granítico rojo, ve un hueco. Un hueco de diámetro chico. Un hueco que podría pasar desapercibido, como seguramente suceda la mayor parte de las veces, sino fuera por la mujer, muy vieja, sucia, casi desnuda, que le dice a uno ¿Ya miró por el ventanal? Y uno, en este caso yo, que camina por la plaza sin un objetivo determinado; con una mezcla de miedo, ternura y esa sensación de pobre mujer todos deben pensar que está loca, le dice que no, que todavía no, le pregunta qué hay, le sigue el juego, del otro lado del ventanal. Ella se acerca. Hay que aceptar que uno, aunque este hecho le de vergüenza y lo haga pensar en los motivos que llevan a tenerle miedo a una pobre vieja que sólo está sucia, retrocede. Sólo unos pasos. Ella dice: no tenga miedo, es sólo un secreto. Uno acepta, quizás porque se supone que debe aceptar, tal vez por lástima. Ella se acerca más, acerca su boca y dice, en voz muy bajita, el arte, el arte condensado en un hueco. Y uno que está ahí, sin nada que hacer en la Plaza Francia, dice ¿Cómo? Ella sonríe. Vaya a ver. Y fui. Si no tenía nada que hacer. Me acerqué a la estatua y puse el ojo en el hueco. Al principio no vi nada y pensé que la vieja esta loca. Después vi. Por eso escribo esto.

Tuesday, February 24, 2009

Digresiones *

Del mismo modo que su hermano en las novelas, al hablar, Jaime García Márquez introduce digresiones que, uno supone, no conducen a ningún lado. Sin embargo, después de varios comentarios, cuando uno ya está dentro de otra historia, una nueva que aparenta ser independiente de la anterior, él enlaza ésta con la primera y lo deja a uno maravillado; por la memoria y la capacidad narrativa.

En honor a la verdad hay que aclarar que, de vez en cuando, las largas y armónicas parrafadas terminan sueltas, sin tener que ver con nada. Pero son las menos; y en boca de un García Márquez siguen sonando atractivas.


*Fragmento de una nota que saldrá en Gabo, en el próximo número.

Saturday, February 7, 2009

Gritar

"Fue entonces cuando Soledad empezó a gritar. Estaba sola y sabía que no servía para nada, pero quería gritar: por lo menos les mostraría esos hijos de puta que no iban a hacer con ella lo que se les cantara".

Martín Caparrós, en Amor y anarquía