Friday, March 28, 2014

Manual de estilo




La cárcel filosófica que nos tiene a todos adentro ha tomado por asalto hasta nuestros recuerdos, decretando para ellos la ficción de la cronología, Y sin embargo, siguen siendo, obstinados, nuestra única libertad.

A menos que se vuelvan obsesión. Entonces obedecen a una especie de ley de excepción, rigurosa y perentoria alguien los llamó "martillantes". Con una regularidad que les es propia, ciertos recuerdos de anécdota mínima, sin contenido narrativo aparente, vuelven una y otra vez a nuestra conciencia, neutros y monótonos, hasta que, de tanto volver, nuestra conciencia los viste de sentimientos y de categorías: como cuando a un perro vagabundo, que pasa a contemplarnos mudo, todos los días, ante nuestra puerta, terminamos por ponerle un nombre.


Una narración podría estructurarse mediante una simple yuxtaposición de recuerdos. Harían falta para ello lectores sin ilusión. Lectores que, de tanto leer narraciones realistas que les cuentan una historia del principio al fin como si sus autores poseyeran las leyes del recuerdo y de la existencia, aspirasen a un poco más de realidad. La nueva narración, hecha a base de puros recuerdos, no tendría principio ni fin. Se trataría más bien de una narración circular y la posición del narrador sería semejante a la del niño, sobre el caballo de la calesita, trata de agarrar a cada vuelta los aros de acero de la sortija. Hacen falta suerte, pericia, continuas correcciones de posición, y todo eso no asegura, sin embargo, que no se vuelva la mayor parte de las veces con las manos vacías.


Juan José Saer, en La mayor

Monday, March 17, 2014

Olor a mar




—¿Estar conmigo, acaso, no tiene sentido? —preguntó él y se incorporó, sobre los codos, para verla sonreír.

Ella siguió con la mirada en el mar.

—No hablo de eso. No se trata de algo que pueda explicar como explico un dolor. Es una sensación, un gusto a la altura de los ojos, un recuerdo agradable interrumpido por un estruendo.