Sunday, July 18, 2010

Escribir II

Y tenía nueve años (...). La escritura, mi trabajo forzado, no conducía a nada y, por lo mismo, se tomaba a sí misma por fin. Yo escribía por escribir. No lo lamento. Si me hubiesen leido, habría tratado de gustar, me habría vuelto maravilloso. Como era clandestino, fui verdadero.

J.P.Sartre, en Las Palabras

Hilo dental

En la entrada de la farmacia está el tipo de seguridad que, creo, no hace otra cosa que abrir la puerta. Voy al sector de los cepillos de dientes, sé donde están, y agarro un hilo dental de esos verdes con gusto a menta. Me acerco a la caja pero la cajera y la farmacéutica están mirando a una mujer con un nene en brazos. Me paro frente a la cajera que sigue mirando a la mujer y pienso por qué no me cobrará, es sólo un hilo y estoy apurado.

— ¿Pero le explicaron cómo ponérselo — dice la farmacéutica y la cajera sigue mirando a la mujer, como si yo no existiera.

— Me dieron un spray, para que se lo pase por la cabeza.

Y veo en el pelo del nene, algo así como una costra, un bodoque de caspa. Y la cara de la cajera es de asco. Y la cara de la farmacéutica parece de desesperación, tampoco voy a quedarme dos horas esperando para pagar un hilo dental, y el nene se da vuelta y veo lo que tiene en la oreja.

Una especie de pelusa blanca y verde, como la que se forma en los potes de crema después de que vencen, que se extiende desde el oído hacia afuera; hongo vivo, hongo que avanza, ocupa parte de la mejilla; y el hilo dental pasa a ser lo único que me retiene esperando ahí, viendo a la cajera que mira a la mujer, que mira a la farmacéutica que mira al nene con eso en la oreja.

— ¡Se lo tiene que poner ya! — dice la farmacéutica en un consejo que suena a orden.

— Sí. Sí. Acabo de venir del hospital.

Y yo me acerco al sector de los cepillos de dientes. Dejo el hilo y salgo.

Camino bajo la lluvia, ingenuo, como si yéndome pudiese alejar esa imagen .



Escribir I


Todo me pareció simple. Escribir es aumentar con una perla la cruz de las Musas, dejar a la posteridad el recuerdo de una vida ejemplar, defender al pueblo contra sí mismo y contra sus enemigos, atraer sobre los hombres la bendición del cielo con una misa solemne. No se me ocurrió la idea de que se pudiera escribir para ser leído.

J.P. Sartre, en Las palabras.

Tuesday, July 13, 2010

¿Y?


Ayer se cumplieron tres años del primer post de este blog.


Tuesday, July 6, 2010

Momentos


— ¿Le molesta si fumo? — lo interrumpe ella.

Y él, que odia el tabaco, y pasa cuadras y cuadras hablando de los problemas irremediables que el cigarrillo causa en los frágiles pulmones, porque aunque no se diga los pulmones son frágiles, de las perversas maniobras de las tabacaleras, dice:

— Fume tranquila. Hay momentos en los que no hay nada más lindo que prenderse un cigarrillo.

Thursday, July 1, 2010

Ganas

Cuando llegué, ya estaba ahí.

Apoyada contra la pared del bar, tratando de saber, de lejos, si yo era yo.

A medida que me acerqué, la fui descubriendo, marco grueso de anteojos oscuros, arito en la nariz, ropa negra, colgante plateado y sonrisa que sin ver intuí suave y seductora. No me equivoqué.

Yo había llegado tarde, no un ratito, veinte minutos tarde, con una remera negra, arratonada que no se cansa de decirme no era lo más indicado para una primera impresión.

Saludo tímido.

Disculpas por la hora. No pasa nada. No, en serio.

Entramos. Pedimos una cerveza.

Dos equilibristas novatos caminan sobre un cable de acero.

Ella se ofreció a pagar la segunda. Acepté. Ella dice que no debería haber aceptado. Yo digo que ya, en ese momento, sabía que lo menos importante de esa noche era el bolsillo del que saliera la plata para que estuviéramos ahí.

Hablamos. También era periodista. Hablaba menos que yo, lo que no es difícil. Pero mucho menos que yo, al punto que me intrigaba.

Y tuve ganas de darle un beso y no esperé, como dice ella que debería haber hecho, que terminara de hablar, acerqué la cara y se lo di, aunque no sea cierto que los besos se den y se reciban, los besos se comparten.

Abrió los ojos más de lo normal, puso las manos con las palmas hacia delante, como si quisiera detener algo, no a mí: algo. Y, rápido, como disculpándose, tratando de dejar en claro que a pesar de la sorpresa no le había molestado mi beso o, al menos, no tanto, dijo: no me lo esperaba.

Perdón, tuve ganas.

Sonrió, con esa sonrisa que me había imaginado suave y seductora, y compartimos otro beso y otro, y otro, y otro. Y uno de los dos, puedo haber sido yo, compró más cerveza. Y dejamos de hablar.

Nos abrazamos. Así, es más fácil hacer equilibrio.