Todo depende del
humor del momento, porque nunca se me ocurriría elegir un cierto tipo de
historia; apenas apago o apagamos la luz y entro en esa segunda y hermosa capa
de negrura que me traen los párpados, la historia está ahí, un comienzo casi
siempre incitante de historia, puede ser una calle vacía con un auto que avanza
desde muy lejos, o la cara de Marcelo Macías al enterarse de que lo han
ascendido, cosa hasta este momento inconcebible dada su incompetencia, o
simplemente una palabra o un sonido que se repiten cinco o diez veces y de los
cuales empieza a salir una primera imagen de la historia. A veces me asombra
que después de un episodio que podría calificar de burocrático, la noche
siguiente la historia sea erótica o deportiva; sin duda soy imaginativo, aunque
eso se note solamente antes de dormirme, pero un repertorio tan imprevistamente
variable y rico no termina de asombrarme. Dilia, por ejemplo, por qué tenía
Dilia que aparecer en esa historia y precisamente en esa historia cuando Dilia
no era una mujer que de alguna manera se prestara a una historia semejante; por
qué Dilia.
Julio Cortázar, Las historias que me cuento.
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