Monday, March 26, 2012

El azul de las pequeñas ciruelas maduras


La palabra recientemente se ha transformado desde que te encerraron. Hoy no tengo ganas de escribir sobre cuánto tiempo hace ya de eso. La palabra recientemente ahora abarca todo ese tiempo. Antes significaba unas semanas o antes de ayer. Recientemente, tuve un sueño.

En el sueño había una carretera, una carretera peligrosa, llena de asechanzas. Era una carretera polvorienta, sin asfaltar y con unas rodadas muy, muy profundas. Muchos habían perdido la vida o habían caído heridos en ella en diferentes momentos. Esto lo sabía en el sueño: estaba escrito de algún modo en su superficie. Iba caminando por esa carretera, y llevaba el corazón roto, pero no tenía miedo. Tal vez fuera la carretera de nuestros refugiados. Esto lo pienso ahora, porque en los sueños suceden estas cosas, pero cuando estaba en el sueño no lo pensaba. Sólo caminaba, y en un momento determinado apareció a mi derecha una formación rocosa, alta como la pared de una habitación. Me detuve y, no sin cierta dificultad, la escalé. ¿Y qué vi desde ahí arriba? No sé qué palabras usar. Las palabras nunca vienen en tu ayuda. Pero entre las palabras inútiles verás lo que vi. Varios montones de ciruelas, pilas, rimeros, cargamentos de ciruelas azules cubiertos de escarcha. Y dos cosas me sorprendieron, amor mío. En primer lugar, su tamaño: con cada uno de los montones se podría haber llenado un tren de mercancías de cuarenta vagones. No eran muy altos, pero sí muy anchos y muy largos. Y en segundo lugar, me sorprendió su color. Pese a la escarcha, el azul de las ciruelas era incandescente, radiante. No te equivoques: ningún cielo tiene ese azul; era el azul de las pequeñas ciruelas maduras. Y su azul es lo que quiero hacerte llegar esta noche a la celda, mientras escribo a oscuras.


John Berger, De A para X