Tuesday, January 6, 2009

Tío


Mi tío es un tipo especial. Es un tipo tranquilo, es el tipo más tranquilo que conozco.

Octubre del año pasado. Mi tío maneja a velocidad media por una avenida de Mendoza Capital; vive en Guaymallén, a unos diez minutos de Mendoza Capital. Un auto viene del costado y lo choca. El auto de mi tío vuelca. Él no se acuerda, pero la nota que salió en el diario Uno al día siguiente dice que mi tío, con el cinturón puesto, cabeza abajo, respondió, una por una, las preguntas que le hicieron los curiosos que se juntaron a ver qué pasaba. El diario no decía si lo que respondió mi tío tenía relación con lo que le preguntaban los curiosos.

Mi tío va al hospital. Después de un choque tan violento, uno tiene que ir al hospital para que le hagan estudios. Estudios. Un médico dice que tiene un tumor del tamaño de una mandarina en la cabeza, cerca del cerebro. Lo descubren de casualidad. Lo operan. Le extirpan el tumor.

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Mi tío es geólogo. Habla poco. Da clases, o daba, en la Universidad Nacional de Cuyo. Una vez me invitó de camping y fuimos en una camioneta del Conicet a la orilla de un río verde, casi turquesa, que bordeaba una montaña de tierra roja. Acampamos al aire libre.

Antes de dormir, mi tío me dijo: tomá, por si escuchás un ruido. Me dio un facón y uno de esos picos que usan los geólogos y dijo: buenas noches, y se fue a dormir. Yo me quedé atento, a ver si alguien ahí, en medio de la nada, venía a robarnos la camioneta, la comida o los bolsos. Me desperté de golpe, supongo que porque había escuchado algo. Metí la mano debajo de la almohada y agarré el facón. Abrí los ojos, pero era de día y el ruido lo había hecho mi tío, que tomaba mate junto a la carpa.

Podés lavarte la cara en el río, dijo. ¿Y el pelo?, pregunté citadino. Se rió. Fui, me lavé el pelo en el agua transparente, veía las piedras del fondo. Metí la cabeza. De golpe, sentí como agujas. Miles de agujitas que se me clavaban, al mismo tiempo, profundas en el cráneo. El agua estaba helada. Saqué la cabeza, mareado. Mi tío se reía en silencio. ¿Estás loco?, me preguntó. El resfrío me duró tres días.

Mi tío habla poco pero esa vez, mientras me secaba el pelo con una toalla, me contó que en el 83 hubo rumores de golpe de estado. Había que hacer algo. Y él hizo. Junto con otros compañeros, robó una tonelada de trotyl, que usaban en las campañas para dinamitar montañas, y la escondió, vaya a saber uno dónde. La idea era usarla para explotar no sé qué puente, en no sé qué parte del Sur. Cuando me lo contó, se me puso la piel de gallina. Me sentí orgulloso. Supongo que porque creo que yo no me habría animado a hacer algo así. Mi tío es revolucionario. Pero en serio.

La semana pasada a mi tío le descubrieron otro tumor. Esta vez, en un riñón. Vio a dos médicos. Uno le dijo que tenían que extraerle un riñón. Otro de los médicos le dijo que quizás no fuera necesario, que había que ver. El sábado lo llamé. La voz calma, me dijo que estaba tranquilo, que había que esperar. Lo operan el miércoles.

3 comments:

Malena Azcona said...

El relato, genial.
Tu tío, tan interesante. Me dan ganas de conocerlo, de saber más de él.

MAGDA TAGTACHIAN said...

hermoso texto, y conmovedor homenaje a tu tío geólogo. rayos de energía fucsia y violeta para él, y para todos los que cargan angustias y penas caminando hospitales, interpelando al destino.

Diego Sagardía said...

Habrá que esperar, entonces.