Mi baño tiene un respirador. El respirador es una especie de rejita que da al hueco donde se junta el aire que circula por cada uno de los baños del edificio. Además de aire y olor, por la cercanía de las paredes y por la calidad del material con que están hechas, en ese lugar también se junta ruido. Ruido y sonido: por ejemplo, el del agua de ducha que cae sobre la bañera. Por ejemplo, el del agua de su ducha justo cuando yo estaba por abrir la mía, en una de esas casualidades que hacen que lo que narro parezca mentira, pura ficción o un relato inverosímil inspirado en fragmentos, pequeños y exagerados, de eso a lo que llaman realidad.
—¿Te estás por bañar?
Lo dije de golpe. Lo pensé: en voz alta y en segunda persona.
Sé cuándo me pongo colorado. Lo siento. Siento una especie de calor que me sube por el cuello y se me enrosca en la cara y que puedo verificar segundos después. Siempre, alguien, como si fuese necesario que yo lo supiera, dice: “estás todo colorado”.
Escuché una risa.
—¿Quién sos? —dijo. Una voz rara. Putona (o tal vez prejuzgué). Rara.
—El de abajo. El que te oye coger.
Volví a escuchar la risa.
—¿Grito mucho? —preguntó.
—Bastante. Pero me gusta, eh. ¿Está linda el agua?
Abrí la ducha y no escuché lo que respondió. Volví a preguntar. En voz más alta: ¿Está linda el agua?
—Sí, está linda.
—...
—Bueno, cuando quieras subí y nos conocemos. Soy Claudia. Un gusto.
Y otra vez la risa.
Hay pocas cosas que me ponen incómodo. El ruido de dos carbones al rozarse. Cenar tallarines con tuco, en la casa de alguien con quien no tengo confianza, sin cuchara ni cuchillo y tener que enroscar los fideos largos y dar vueltas y vueltas y vueltas con el tenedor para evitar que quede uno, rebelde y desubicado, suspendido entre el plato y la boca. Que alguien hable mucho de mí. No encontrar asiento en el tren cuando tengo que viajar a Glew. Los pulóveres de lana. Y, aunque hasta ese momento no lo sabía, la invitación —desfachatada, audaz y comercial— de mi vecina del tercero.
Me acababa de poner el shampoo de manzana. Le dije bueno, perfecto, yo soy Federico, el gusto es mío y metí la cabeza debajo de la ducha y me saqué el shampoo, rápido como si se hubiese apagado el calefón y el agua estuviera helada. Y dije bueno, me voy yendo que ya terminé de bañarme y tengo que salir que me esperan.
—¡Dale! ¡Nos vemos!
Cerré la ducha. Corrí la cortina y agarré la toalla verde que estaba sobre el banquito. La nube de vapor se fue disolviendo de a poco. Salí de la bañera tratando de hacer el menor ruido posible. Alrededor de mis pies, en el piso, se formaron dos manchas de agua tibia. Bajé la tabla del inodoro y me quedé sentado, con la toalla verde sobre los hombros, en silencio, escuchando atento cómo se bañaba Claudia, la puta, mi vecina del tercero.
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6 comments:
Bueno, colorado y todo va subiendo la escalera de a poco...
me gusta..., sigo esta historia, no tiene desperdicio alguno!
lo saluda la U.
Is_A_Bell_
ehhhhhhhhhhhhhh!!
Me gustó!
me gustó!
clap
clap!
Me encantó!.
Está buena La Claudia , che?.
jajajajajajajajajaj.
Don Frederick cada día escribe mejor.
Besos.
por favor, la parte en que la vas a ver. por favor.
El público espera ansioso...tocale el timbre! Escribí mucho Federico.
Has escrito MUCHO mejor. Está muy bien, pero sé que no quedaste tan satisfecho con esta parte.
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