—¿Estar conmigo, acaso, no tiene sentido? —preguntó él y se incorporó,
sobre los codos, para verla sonreír.
Ella siguió con la mirada en el mar.
—No hablo de eso. No se trata de algo que
pueda explicar como explico un dolor. Es una sensación, un gusto a la altura de
los ojos, un recuerdo agradable interrumpido por un estruendo.
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