El 2 de
febrero de 2008, Juan “Pico” Mónaco estaba en su mejor momento. Catorce en el
ranking mundial, venía con un envión imparable. Pero ese partido, la final de
dobles del ATP de Viña del mar, cada vez se ponía más difícil. Jugaba con
Máximo González, contra José Acasuso y Sebastián Prieto. Iban perdiendo 6-1,
3-0, cuando fue a buscar una pelota al fondo. Pisó el cajón de unos de los
jueces de línea y se esguinzó el tobillo izquierdo. Quedó tirado sobre el polvo
de ladrillo. Con la bronca entre los dientes y la conciencia de que su puesto
en el ranking caería sin freno.
Se perdió
la final en Chile y la primera ronda de la Copa Davis frente a
Gran Bretaña.
Terminó el
año en el puesto 46.
Pero pudo
reponerse.
***
Mónaco está sentado en una mesa para
cuatro en este bar de esquina en Palermo. Lleva una campera de sponsor, roja
con tiras blancas, chaleco y pantalón negro. Parece incómodo frente a la mesa,
chica, sostenida sobre patas cruzadas, de madera filosa.
Antes de empezar la nota, me dice
que su entrenador no me va a aclarar las respuestas que me dio por mail. Que
los dos saben que eran un poco generales, no tan específicas, pero que hay
cosas que quieren mantener en reserva. No pueden abrir tanto el juego, porque
su trabajo depende de eso. “Es parte de la estrategia”, dice y pregunta cómo va
a seguir el cuestionario. Y entonces sí, las preguntas y las respuestas.
Cuando Mónaco sale a la cancha está
solo. Frente al oponente, red de por medio, es él con su raqueta, las
muñequeras, la vincha, la ropa y nadie más. La soledad del tenista promedio.
Sin embargo, durante la semana trabaja con un entrenador físico, uno técnico,
dos médicos, dos kinesiólogos y un manager. Ningún psicólogo.
Mónaco trata de priorizar lo humano sobre lo deportivo. “No es como en
el fútbol que ves al entrenador una vez por día: yo desayuno con mi equipo,
almuerzo con ellos, ceno y comparto el hotel”.
A Ignacio Menchón, su coach físico, lo conoce desde chico, fueron al
mismo colegio y los padres son amigos. A Gustavo Marcaccio, su coach técnico, desde la adolescencia.
Saber que ellos confían en su laburo, que no están con él por la plata
lo deja tranquilo. Saber que si mañana le va mal y alguien les hace una buena
oferta no le van a decir: fue un gusto, pero hasta acá llegamos.
— El tenis es un juego psicológico: estar bien
afuera de la cancha hace que uno pueda rendir mejor adentro —dice.
***
Mónaco
es fachero, famoso, tiene plata (según el diario BAE en diez años ganó unos US$
4,7 millones), no para de entrenar, está todo trabado, y de vez en cuando
aparece en la tapa de alguna revista de moda con alguna novia, Luisana
Lopilato, Zaira Nara, aunque a él, lo que más le preocupa es el tenis. Lo que
lo obsesiona, lo que piensa cada noche antes de dormir, es cómo hacer para
mejorar, para precisar detalles en el saque o la volea.
Como si siguiera un dogma, por día,
como mínimo, toma cuatro litros de agua, duerme ocho horas, consume cuatro mil
calorías. Se levanta a las 8, desayuna cereales, tostadas con queso, café con
leche, jugos, fruta y huevos. A las 9.30, al gimnasio. Ciento veinte minutos en
los que busca desarrollar potencia en los brazos, estabilidad en la cintura;
reacción y velocidad en las piernas.
Almuerza carbohidratos: papa, arroz,
pastas. Duerme siesta. Dos horas de tenis, una hora de fisioterapia. Merienda
batidos proteicos, algún sándwich de queso, come frutas y frutos secos.
Descansa. Cena carne, pescado o pollo que acompaña con carbohidratos. De
postre, flan, o dulce, o una fruta. Y a dormir.
Al día siguiente, si no juega, lo
mismo.
Es autoexigente dentro y fuera de la
cancha. Se obsesiona con las comidas, con el descanso. Tiene 28 años y sabe
que, a esta edad, no puede regalar un centímetro. Quiere estar bien
físicamente: su táctica de juego depende de eso.
—
No
soy un jugador supertalentoso. No tengo un juego muy agresivo ni un saque muy
potente, tampoco soy especialista en canchas rápidas. Baso mi estrategia en el
diálogo. Soy un jugador de ritmo que gana puntos a partir de la tercera o
cuarta pelota, que va desgastando todo el tiempo y cuando el otro baja, sigue
ahí —dice antes de morder el sándwich de queso.
La perseverancia, el pensamiento único y constante, no es algo de los
últimos tiempos. A los 8 ó 9 años, Mónaco se entrenaba todos los días. En Tandil.
En invierno, con cero grados, con las
canchas llenas de escarcha.
Después de cumplir 14, se fue siete meses a entrenarse a Miami. Luego,
se mudó a Barcelona, donde se formó como tenista profesional. En España vivió
cuatro años. Dejó a su familia, sus amigos, pasó las Navidades solo, se perdió
la adolescencia, las fiestas de quince de sus compañeras de colegio, todos sus
cumpleaños. Dice, fue un sacrificio muy grande. Hubo momentos, a los 15 ó 16
años, cuando empezaba a jugar profesionalmente y perdía casi todos los
partidos, en los que dudaba.
—¿Y si me vuelvo? ¿Y si me pongo a estudiar y
hago la vida que hacen mis amigos que la pasan infernal? Pero cada vez, me
inclinaba por el sacrificio, por seguir y
luchar: ¡Vamos que podemos! ¡Vamos que podemos!
Casi no queda sándwich.
Ya jugó 400 partidos de ATP. Y a veces, después de alguno muy duro, los
siente. En la muñeca, el hombro, las caderas, la espalda. Pero hay que seguir.
Para mejorar hay que seguir. Y Mónaco sabe que es un jugador que se acelera muy
rápido. Si quiere superarse tiene que luchar, sobre todo, contra la ansiedad.
Contra eso se entrena.
— Si por ejemplo hay que pegarle con derecha cruzada durante veinticinco
minutos. Bueno, hacerlo a conciencia. Sin mirar para otro lado, pensando en la
técnica, pensando sólo en corregir —toma un trago de café con leche y sigue,
enérgico—. Por ahí te pasan cosas por la cabeza, te distraés: uh, salgo de acá,
tengo la nota de hoy a la tarde, las fotos, apenas termino me tengo que bañar.
Estoy en la Argentina
quiero ir a ver a mis viejos, la cabeza se dispara y es ahí donde decís:
enfocate. Dale, volvé. Dale, volvé. Todo el tiempo pensar en ir a por más.
***
¿Qué es ir a por más? ¿Por qué alguien pierde toda su vida tratando de
pegarle mejor a una pelota, de correr más rápido, de tirar una bola de metal
más lejos? ¿Por qué una persona que nada
sin parar durante ocho horas y media para algunos es un héroe?
¿Qué hay más allá de la plata, de la fama, del reconocimiento?
¿La obsesión del deportista es algo sano? ¿O son enfermos: obsesivos
socialmente aceptados?
Cuando uno le pregunta a un deportista de alto rendimiento por qué hace
lo que hace, la respuesta suele ser “qué buena pregunta”. Luego, algunos
segundos de silencio. Y después sí: “Porque me gusta”. “Porque no podría hacer
otra cosa”. “Porque me pone contento”. “Es difícil de explicar, pero cuando
hago esto siento que estoy en lo mío”.
¿La repetición como una búsqueda de orden?
¿Mejorar para llegar a qué?
¿Para ganar algo?
¿Para ser mejor?n
¿Repetir por repetir?
¿O repetir para no pensar?
¿Mejorar para llegar a qué?
¿Para ganar algo?
¿Para ser mejor?n
¿Repetir por repetir?
¿O repetir para no pensar?
***
El 17 de abril de 2012, cuatro años después de aquella
lesión, Mónaco había
recuperado su mejor puesto en el ranking: de nuevo era el número catorce del
mundo. Se sentía en el mejor momento de su carrera. Había hecho semifinales del
Masters en Miami, había perdido con el mejor del mundo, Novak Djokovic, por 6-0 y 7-6( 5). Venía embalado. Jugaba contra el holandés
Robin Haase, en Montecarlo, la primera ronda del Masters 1000. Iban 5-7, 6-0,
3-1 y Mónaco, vestido de naranja furioso, devolvió la pelota y pisó mal, pisó
con la cara externa del pie derecho y oyó el ruido de una soga al romperse,
tac, y cayó y desde el piso gritó que no podía creerlo. No quería tocarse.
Pensaba que se había roto el talón de Aquiles. Pensaba que, de nuevo, una vez
más, cuando estaba subiendo en el ranking, venía esta lesión. Pensaba que iba a
perder todo el año y se agarraba la cabeza y gritaba: no puedo creerlo, no.
Después de revisarlo, el médico le
dijo que era una torcedura tobillo. Sólo una torcedura de tobillo. Se relajó
tanto que quiso seguir. Djokovic sacó. Mónaco no tuvo reacción, le costaba
pisar.
—
Dos veces estuviste número 14 en el
ranking y las dos veces te lesionaste. ¿Cómo interpretás eso?
—
Hay
dos formas de ver las cosas: deprimirse y decir “qué mala leche tengo” y pensar
en la mala suerte y en un montón de cosas. O pensar que las cosas pasan por
algo, que hay que seguir adelante. Que si me lesioné hoy, esta noche me voy a
mentalizar para que la recuperación sea lo más rápido posible.
Al día siguiente, los médicos le dijeron que con ejercicios y
kinesiología, podía volver en seis semanas. Que quizás, con suerte, llegaba a
Roland Garros.
Y él que se había matado para estar, de nuevo, top 15, pensó que le
había costado tres años volver a su mejor ranking.
Pensó: en cuatro semanas vuelvo.
Y en cuatro semanas, volvió.
En el Masters 1000, en Roma. Con todo. Y aunque no pudo (4-6, 6-2 y
6-3), estuvo a punto de ganarle a Djokovic,
al número uno del mundo.
***
El año se le
hace largo. Empieza la pretemporada en diciembre y el circuito en enero; recién
se relaja a mediados de noviembre.
— No es fácil con tanta exigencia en la cabeza estar motivado todo el
tiempo. Uno sufre pequeños altibajos, por eso es bueno tener un grupo humano al
lado que te mantenga en órbita: ni tan eufórico cuando te va bien, ni tan abajo
cuando te va mal.
A medida que se hacen conocidos, la presión sobre los tenistas aumenta.
Al llegar al puesto treinta, el público, los periodistas, ellos mismos, quieren
estar en el quince. Y, luego, seguir subiendo. Pero Mónaco se traza objetivos a
corto plazo, no tan difíciles de alcanzar, que pueda cumplir de a poco.
—
Sé
que si me entreno muy duro y tengo esa obsesión por mejorar pequeños detalles,
como el saque, la derecha y el revés y gano puntos, el ranking va a venir solo.
A la noche, después de un partido, mira series norteamericanas: Mad men,
Lost o Six feet under. En una semana puede ver treinta capítulos. No chatea.
Chatear lo desenfoca. Si está en China y habla con amigos o familiares que le
cuentan lo que están haciendo, se acuerda, extraña y se va a dormir triste. Por
eso, mira series, o alguna película.
Y al acostarse, después de cerrar los ojos, antes de quedarse dormido,
trata de visualizar el partido del día siguiente, piensa cómo va a ser, si va a
haber algún punto largo, o revisa el entrenamiento.
Su vida, dice, pasa ciento por ciento por el tenis. No puede dejar nada
librado al azar.
Su vida, dice, no tiene sorpresas. Se rige por un estricto cronograma:
el primero de octubre va a estar en Japón (Rakuten Japan Open), el siete en
Shangai (Rolex Masters), el lunes 22 en Valencia (Open 500); la semana
siguiente en París (BNP Paribas Masters).
Y durante los partidos tiene costumbres, rituales, que lo ayudan a
concentrarse, a no pensar en otra cosa que no sea cómo pegarle a la pelota para
que vaya adonde él quiera dirigirla.
Cuando saca, pica la pelota de seis a trece veces. Se enfoca en el
número y, en ese momento, no piensa en absolutamente nada más que en la técnica
del saque.
Y antes de devolver, mira para abajo dos segundos, y luego sí al
oponente.
Cuando toma agua o alguna bebida energizante, siempre: dos tragos. No
importa cuánta sed tenga. Dos tragos. Así, va a estar hidratado. No sabe si
hacer esto está bien o está mal, pero lo deja tranquilo.
Y tres o cuatro minutos antes de los partidos necesita estar solo.
Música y pensamiento. Catupecu Machu: bien arriba, mucha energía; o U2 o, si
está triste, una cumbia: Gilda o Los Totora, para seguir el ritmo.
Y siempre, desde aquella vez de la lesión en Chile, un diálogo interno.
El rosario en el pecho, el mismo pedido.
—
Terminar
sano. No me importa el resultado, jugar bien o jugar mal no me importa, pero
quiero terminar sano, es lo único que pido: terminar sano el partido.
—
En tu equipo no hay psicólogos, ¿no?
—
No.
Somos muchos y no me parece bueno meter más gente. Tengo un entrenador, un
preparador físico y un equipo médico, amigos, que son los mejores psicólogos
que pueden existir. Si tengo alguna inquietud, prefiero hablarla con ellos. Hay
muchísima confianza y me van a decir la verdad de lo que está pasando. Si me
ven bien o me ven mal.
Hoy, una vez más, Mónaco está
catorce del mundo. Viene embalado. Y aunque sabe que los Juegos Olímpicos son
en Wimbledon y que en césped no ha tenido muy buenos resultados, está
tranquilo. No podría calcular porcentualmente sus posibilidades de ganar una
medalla. Eso depende de muchos factores, dice. Puede jugar el mejor partido de
su vida y perder en primera ronda o jugar más o menos y ganar. Sabe que si hace
las cosas bien, los resultados llegan.
No por nada hoy está donde está.
Número catorce del mundo.
A París fue 27 veces. No conoce el
Louvre, no conoce Notre Dame, no dio una vuelta en barco por el Sena. Subió una
sola vez a la Torre
Eiffel. Suele enfocarse en los partidos, en descansar, bajar
la adrenalina en el hotel, no tiene tiempo para paseos.
La mesa,
las patas cruzadas de madera.
—
Si
alguien me pregunta si conocí París. No, la verdad es que no lo conozco. ¿Roland
Garrós? Sí, de punta a punta. ¿Los aeropuertos? Todos. La concha de tu madre,
que…
Pone cara de dolor, se agarra la rodilla.
—
Hay,
boludo, me hice mierda… Me corté… Me pegué con la punta.
Agarra una servilleta, y se agacha,
se acaricia la pierna. Deja la servilleta en la mesa. En el papel blanco, la
mancha de sangre.
—
Dale,
no pasa nada. ¿Qué te estaba diciendo?
No comments:
Post a Comment