Sunday, June 20, 2010

Si nos colaboras, mi amor


Foto: Patricio de la Paz.

– Pobre niña –dice Mary y mira a la pelirroja que, sentada en la puerta de la iglesia San Pedro Claver, llora como si le hubiese pasado algo terrible.

Por lo que se entiende de las frases entrecortadas por el hipo y los respiros, la pelirroja no se quedó sin trabajo, no recibió la noticia de una enfermedad grave, ni se enteró del fallecimiento de un pariente: según dice a quien quiera oírla, acaba de perder su cámara digital. Y eso, en Cartagena y para cualquier turista, puede ser tragedia mayor. También para Mary que, aquí, en esta húmeda ciudad caribeña, vive de ser retratada.

–Pobre niña –dice. Chupa un oloroso pedazo de mango, que por el color naranja intenso parece formar parte de su vestimenta.

Lleva aros dorados, corpiño rosa, pollera embanderada: amarilla, azul, roja y las uñas de los pies, de un fucsia fuerte. María Elena Salgado, Mary, como suelen decirle, no es mujer de un solo tono.

De lejos, en la calle San Juan de Dios, donde pasa la mayor parte de la tarde, se la ve animada: camina zarandeando su cuerpo, mueve las caderas anchas al tiempo que mantiene sobre su cabeza una enorme palangana con frutas frescas. Pero a medida que uno se acerca, le descubre ojeras, los ojos cansados; una expresión pálida que contrasta con el color de su piel negra.

Tiene los ojos cansados porque no da más. Está despierta desde las seis de la mañana. Son las ocho y media de la noche y no ha parado un minuto, aunque la relaja la idea de que el domingo, lejos de frutas y de flashes, va a poder descansar.

Se quedará en casa. Lavará la ropa del más chico de sus cinco hijos; limpiará los baños, la cocina, y hará la comida como si fuera un día común. Aunque sepa que el domingo, para todos los colombianos --ella incluida--, no va a ser un día cualquiera.

Cuando millones de sus compatriotas se despierten pensando en ir a votar, en qué pasará con la segunda vuelta de las elecciones, si ganará el ex ministro de defensa Juan Manuel Santos o el ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus, ella, quizás una de las mujeres más fotografiadas de la región, se quedará en casa, como lo hizo el domingo 30 de mayo. “Lo que el pueblo elija, para mí también quedará elegido. La verdad es que ningún candidato está dentro de mi corazón”.

En las dos elecciones anteriores, Mary votó a Álvaro Uribe. Y si bien muchos de los opositores creen que el actual presidente representa el bastardeo a la Constitución, la profusión del clientelismo, ella teme que lo que venga pueda ser peor. “Le tengo miedo al cambio. Con Pastrana nos fue mal, no hizo nada por el pueblo. Uribe, en cambio, nos dio casas a los pobres, carnets de medicina, un subsidio para los niños”.

Un turista interrumpe. Se acerca tímido y en un castellano forzado pregunta si le puede sacar una foto.

– Si nos colaboras, mi amor. Si nos colaboras. Porque aquí piden pero nadie nos compra nada.

El turista, de casi un metro noventa y ojos bien celestes, acepta y compra una banana. Pero primero la foto, dice. Y Mary sonríe, los dientes blancos, relucientes, y una sonrisa pétrea, que repite para cada uno de los viajantes que buscan un recuerdo de Cartagena.

Detrás, la pelirroja habla con un guardia de seguridad.

Oriundas de san Basilio de Palenque, las llamadas palenqueras forman parte del paisaje de la costa caribe colombiana. Aquí, están para vender fruta, pero sobre todo para completar la postal de esta colorida ciudad que los días feriados, sin ellas, parece languidecer. Funcionan como elemento estético. Son como las frutas coloridas de las revistas gastronómicas, que se repiten en páginas y páginas pero cuyos gustos nadie conoce. Cualquier turista que se precie de tal, se llevará en su cámara una imagen de estas mujeres. La sonrisa de Mary está en miles y miles de álbumes de fotos, computadoras y teléfonos celulares de extranjeros que, rara vez, antes de apretar el disparador, le preguntan el nombre.

Desde los años ochenta, la sociedad colombiana está dividida en estratos que se definen por la calidad y los materiales de las viviendas. La división, según un informe de la Pontificia Universidad Javeriana, se formalizó en 1994 para otorgar subsidios a los residentes más pobres.

Mary pertenece al nivel 1. En términos burocráticos: tiene un 50% de descuento en el pago de los servicios públicos; en lenguaje común, algunos días, lo que gana no le alcanza ni para cubrir los gastos de la fruta.

La piña a ocho mil. La banana a quinientos. El melón a dos mil, enumera, aunque admite que consigue más plata con la propina de las fotos. “Aquí vienen personas de todas partes. Algunos muy tacaños. Los venezolanos, por ejemplo, son los más duros. Los más fáciles son los europeos y los mexicanos”.

Sin embargo, si no fuera por las frutas y su vestido colorido, nadie a Mary le sacaría fotos. Así que ella, todos los días, se levanta a las cinco. Barre el patio, limpia el baño, se da una ducha y sale hacia el mercado Bazurto. Compra poquita fruta; la que sobra no puede guardarla. “A veces se me acaba y esos días, siento pesar: pienso que podría haber vendido más”. Luego vuelve a la casa, prepara la comida que los chicos se llevarán al colegio y sale a vender. A las 17, llega a la esquina de San Juan de Dios y La Tercera, y arma la palangana.

La más pedida es la piña. Luego la sandía, la papaya y el mango. Sin embargo, ella compra más mango del que va a vender, sólo porque le encanta. “Tengo que hacer fuerza para no comérmelo. Y aunque trato, de vez en cuanto corto un trozo y lo disfruto”.

A Mary no le gusta lo que hace. Si tuviera que elegir un trabajo, preferiría limpiar un colegio, un puesto de salud o el baño de un hospital. A veces, quedarse sentada esperando que alguien venga a comprarle una mandarina la aburre demasiado. Por suerte, dice, la acompaña Josefina. Hace unos cinco años, se conocieron en Palenque. Las dos vendían pescado. Un día, Josefina tuvo la idea. Ya no vendemos más pescado. Vamos a Cartagena. Yo con la cocada, tú con la fruta. Mary aceptó y viajó con su familia. Hoy, cuando una está cansada, la otra la anima. ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Algo se podrá hacer! Tratan de convencerse. Como ahora, Mary trata de convencer a su compañera de que no vote por Mockus. Sin embargo, Josefina ya decidió. No va a cambiar de idea. A Mary, vuelve a decirlo, le asusta el cambio.

– ¿Y si fuera un cambio positivo? ¿Si le permitiera salir de la pobreza?

– A menos que me gane un quinto de la lotería, yo no puedo salir de la pobreza.

El calor húmedo, pesado, caribeño, se hace visible en las gotas de transpiración. Mary se acomoda el vestido y se sienta en un banquito de madera, junto a Josefina.

– ¿Y si la obligaran a votar, por quién lo haría?

– Por Santos, porque es persona de Uribe. Aunque él, personalmente, no me simpatiza. Cuando estuvo en el poder renunció. Si no fuera porque es la mano derecha de Uribe, iría preso. Mi marido vota por Santos. Yo lo convencí.

– ¿A quién iba a votar él?

A Mockus.

– ¿Y por qué usted lo convenció de que cambiara?

– Porque con Santos, la actividad económica va a ser igual que con Uribe. El cambio puede ser peor.

Mientras habla, no pierde de vista a la pelirroja que, ahora frente a la iglesia, gesticula frente a un vendedor de artesanías. Si pudiese, Mary haría que en Cartagena las cámaras fueran imposibles de perder.

– Y sin embargo, usted el domingo no va a salir de su casa.

– No. Si fuera otro el candidato de Uribe, lo votaría. Pero éste no me simpatiza.

– Hay quienes hablan de compra de votos. Si alguien le ofreciera plata para ir por Mockus, ¿qué haría?

– Pues agarraría la plata y, en el cuarto, marcaría por Santos.

Si le pagaran, Mary votaría por quien ella quiere. Sin plata, ese esfuerzo no tiene sentido.

En Colombia, interviene el barranquillero Alfonso Díaz, dueño de un negocio de artesanía y otro de cueros que escucha atento a un costado, los votos se compran aunque es difícil verificar que quien acepta el soborno vote por el candidato que le indicaron. “A veces, le dan un celular a la gente y le dicen que le saque una foto a la boleta marcada. Otras, cuando no hay celular, simplemente creen en la honestidad de la pobreza. Esa honestidad que ellos no tienen”, agrega.

Mary oye sin opinar. Luego, cuando el hombre se retira, sigue como si él no hubiera dicho nada. “Algunos nos dan buena propina por las fotos. Dos mil quinientos pesos, otros sólo mil. Vivimos del turismo, vivimos de esto. Para eso nos compramos esta vestimenta. Para eso les zarandeamos. Pero a algunos, no les importa. En esos casos, una los mira, pero si ellos no quieren colaborar, no ponen nada”.

La pelirroja ya no llora. Se acerca y le cuenta a Josefina que encontró la cámara. Un amigo se la había sacado para hacerle una broma. Parece contenta. En las mejillas se le ven las marcas de las lágrimas secas. La cámara recuperada sigue dentro del estuche. Su dueña no parece dispuesta a sacar fotos, mucho menos a ayudar a las palenqueras con una colaboración. Sólo vino a contarles la noticia y, ahora, se distrae: mira atenta a dos palomas que pelean por un pedazo de pan.

Mary también mira a las palomas. Tampoco dice nada. En silencio, espera que otra persona venga y, esta vez sí, la retrate. Lo único seguro es que el domingo no va a ir a votar. En los centros electorales, nadie va a pedirle que pose para una foto.



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