Me despertó el timbre. Sonó varias veces. Decidí que no iba a atender. Insistían; cada vez los timbrazos eran más fuertes. Pregunté quién era.
-- ¿Señor X?
-- No.
-- ¿Ahí vive el señor X?
-- No.
Era la policía con una orden de allanamiento.
-- ¿Puede venir a la puerta, por favor, señor?
-- Espere que me cambie.
Me puse el pantalón corto, zapatillas sin las medias, y fui a abrir. En la puerta me esperaba un policía gordito, con dientes hacia afuera. A los costados, otros dos policías y dos tipos con pinta de no haber comido en las últimas semanas; al menos, si habían comido, les habría costado conseguir la comida. Son los testigos, dijo el gordito y vi que uno de los dos llevaba una bolsa de supermercado, debería venir de hacer las compras. Estamos buscando a esta persona, dijo el gordito y me mostró una orden judicial donde leí el nombre de X y la palabra “detención”. “A la mierda”, dije y el gordito se rió.
--¿Podemos entrar?
Pensé que debía haber un argumento para impedir que entraran, pero miré el papel, la dirección era la mía, y no supe cuál era ese argumento.
--Pasen --dije.
Adelante fue el gordito, detrás yo y luego los dos tipos, uno con una bolsa de supermercado.
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