Wednesday, October 29, 2008

Desnudarse en público no es una tarea fácil (parte 1)*


La mujer está desnuda y cuando habla mira a los ojos, según dice, por una cuestión de respeto. Los pezones parecen pesarle como plomo; las tetas caen lánguidas sobre la panza. “Soy poco promiscua. Y venir a encuentros de gente sin ropa me permite ver penes de distintos tamaños y colores”, confesará después, cuando entre en confianza. Por el momento, sólo comenta que un desnudo no la excita. Dice que ella no ve cuerpos, ve partes: un brazo, un hombro, un testículo, un prepucio, una rodilla. Simula ser un urólogo aburrido, acostumbrado a tocar tejidos escrotales.

Sin embargo, es locutora. Tiene cerca de cuarenta años, la piel demasiado blanca y cuatro estrías que le recorren la panza en sentido vertical. No se debe haber depilado el pubis en los últimos doce meses: Un matorral oscuro le oculta la vagina. Caóticos, los pelos llegan hasta a unos pocos centímetros del ombligo.

Dice no tener problemas en mostrar el cuerpo, aunque es la segunda vez que se desnuda en público y, a diferencia de los nudonaturistas experimentados que se pasean orondos exhibiendo sus genitales, suele llevar una remera larga que la cubre hasta los muslos. Se presenta como Claudia.

La hija y la hermana de Claudia son las únicas personas de su familia que saben que se reúne con gente desconocida, se saca la ropa y actúa como si estuviera vestida. Claudia no piensa decir su apellido y trata de que no la llamen por su nombre. Prefiere un seudónimo. Tiene miedo de que su ex esposo se entere de su afición y le saque la tenencia de la nena. De que la gente comente y la señale como una loca, miedo a que la echen del trabajo. Se llama Claudia, sin embargo, insiste en que le digan “La locutora”. Desnudarse en público no es una tarea fácil.

Uno, dos, tres. Bajás el pantalón y el boxer y quedás casi desnudo: zapatillas, medias, piel. Tenés la toalla: podrías justificar que la llevás por higiene, para no manchar una silla con la transpiración de la cola pero, sabés, la usás para taparte. Hay un barrera propia —sentís que te están mirando, incluso si no hay nadie alrededor—, una barrera cultural muy poderosa que impide que te relajes. Te sentís incómodo, ridículo, vulnerable y no entendés el motivo que amerita la exposición. A las horas de estar sin ropa, olvidás la desnudez por un rato hasta que aparece alguien vestido y te trae la vergüenza.

En los recreos nudonaturistas, los nombres y apellidos, generalmente ficticios, identifican tanto como el tamaño de los genitales, la cantidad de pelo o las marcas de la piel. El apelativo es, quizás, una de las pocas cosas en las que puede mentir un nudista. “Hay personas que cada vez que vienen se presentan con una identidad distinta y eso nos crea un caos en los registros —cuenta José Blanco, de la comisión directiva de Edén, una quinta naturista en Moreno, Provincia de Buenos Aires— Nosotros les decimos que manejamos los datos con estricta confidencialidad pero no nos hacen caso. Así que les pedimos que si inventan un nombre, siempre usen el mismo”.

A su modo, Blanco dirá que un cuerpo desnudo es una verdad explícita. Sin embargo, para poder exhibir esa verdad, en muchos casos, la mentira se torna imprescindible.

CUESTION DE CONVENCIONES

Preguntarse cuántos nudistas hay en la Argentina es similar a tratar de averiguar qué cantidad de personas divorciadas se masturba pensando en su ex pareja. Aun así, Eduardo Leiro, dueño de una agencia de viajes que ofrece destinos naturistas, calcula que cerca de 10.000 hombres y mujeres disfrutan de estar sin ropa. El número es relativo, azaroso, casual, por no decir inventado. No hay registros y nunca se hizo un censo. Lo cierto es que, de a poco, la cantidad aumenta. Muchos se animan en el exterior: en hoteles de Estados Unidos, en playas de Brasil, México o Uruguay, y luego quieren repetir la sensación.

A diferencia de lo que pasa en otros países, donde la gente con malla convive con el que no la tiene, en casi todos los lugares argentinos donde se practica el nudismo, sacarse la ropa es obligatorio. Y eso, para alguien que quiere iniciarse, para un textil —como llaman al que porta tela sobre su cuerpo— puede significar la cancelación de la experiencia.

“Tratamos de evitar que vengan mirones —explica Miguel Suárez, coordinador del recreo naturista Yatán Rumi—. Sabemos que al principio puede costar un poco y por eso, para los debutantes, hay una hora de adaptación. Pero si después de ese tiempo la persona sigue sintiéndose incómoda, le pedimos que se retire”.

Para evitar este tipo de situaciones, en los foros de internet —donde se concentran, comunican y discuten los nudistas— hay consejos y advertencias de todo tipo. Allí, un novato puede aprender que está bien mirar, pero no fijamente. Que ante una erección: una toalla bien colocada, la zambullida en una pileta fresca o una puesta boca abajo son buenas actitudes. Que si uno se siente muy gordo o mal formado para hacer naturismo, no entendió para nada el espíritu. Que tener la malla puesta simboliza arrastrar, con una cadena, a la sociedad entera. Y que, a fin de cuentas, es sólo una cuestión de convenciones.


*Publicada en Don Juan.

2 comments:

Victoria De Masi said...

Buenísima crónica. Esperamos lo que falta.

Anonymous said...

Genial.