Saturday, July 19, 2008

Plumíferos





El bailarín Urlezaga, a veces, tiene la postura de una paloma en celo: altivo, con el cuello estirado y la frente perpendicular al piso, los hombros, a pesar de que las palomas no tengan hombros, los lleva bien arriba. Otras veces, estación de servicio en el Bolsón: la cajera le pide un autógrafo luego de varios gritos histéricos, Urlezaga sonríe con una mueca en la que se mezclan la vergüenza y una explícita falsedad.

Iñaki debe ser un tipo acostumbrado a que todos, debería ir con mayúscula, cumplan con lo que, él dice, se debería cumplir. Iñaki no viaja en la misma combi que sus compañeros de baile, Iñaki es una estrella, Iñaki viaja en otra, con su hermana, una mujer rubia que, es evidente por la forma de su cuerpo, no baila clásico, no podría, y su madre, que tampoco baila y tiene el pelo de un color artificial que roza el rojo sanguíneo.

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En la base del cerro La Hoya hace frío. Hay viento y la temperatura debe estar cerca de los grados bajo cero. Por eso, Iñaki y sus bailarines no llevan los típicos trajes de baile clásico sino camperas y pantalones de tela gruesa.

Hace frío e Iñaki sale del refugio y se acerca, camina lento, hacia el escenario. Unas cien personas, gobernador de la Provincia, secretarios, intendentes; lameculos infaltables, oportunistas de ocasión se agolpan expectantes. Pero Urlezaga, ésta vez, altivo, con el cuello estirado y la frente perpendicular al piso, dice no, así, no, yo así no sigo. Y se va, da media vuelta y desaira a las cien personas, al señor gobernador que, parece, es obligación decirlo, todo el mundo lo repite una y otra vez, hizo tanto por la Provincia, a los secretarios, a los intendentes; a los lameculos infaltables y, por qué no, también, a los oportunistas de ocasión.

Urlezaga está ofendidísimo. Cómo puede ser, un artista de su talla internacional tenga que bailar en un escenario improvisado con planchas de corcho sobre cajones de cerveza. Y tiene razón. Al menos en lo que repecta a que saltar ahí, con los músculos tensos por el frío, sobre ese piso endeble es una completa locura. Urlezaga no quiere bailar. Está claro. Aunque también está claro que, para llegar a Chubut, Urlezaga recibió cerca de cincuenta mil pesos y eso, todos lo sabemos, no es un monto despreciable.

Así, a pesar de que si sus piernas estuviern aseguradas, la aseguradora podría hacerle un juicio y ganárselo por afano, Iñaki sale al ruedo. Y baila. Sin ganas, pero baila. Se destaca uno de sus compañeros, feo como él solo, con los dientes para afuera, que le pone ganas como si estuviese en el Colón, a 25 grados y con su mamá y su novia, juntas, en la primera fila.

Libertango, Rapsodia Bohemia. Fin del espectáculo: con riesgo y todo embolsar cincuenta lucas en cuatro minutos no está nada mal. Pero hace frío e Iñaki y su trouppe vuelven al refugio donde almuerzan un guiso, exquisito, titulado “perfume de pollo”. En ese momento, al probar el guiso, al sentirse, de vuelta, reconocido, es que Iñaki relaja el cuello, baja la frente y se dispone a descansar, como una paloma con la libido saciada.

2 comments:

Anonymous said...

A veces, escribís de una manera que me corta la respiración.

Ø said...

Sea quien sea, le agradezco la exageración.