Cuando subieron al tren y él se sacó la
remera y se asomó por la ventana y la sacudió con el puño en alto, al escuchar
el pitido, el traqueteo, todos aplaudieron. Se abrazó con Guzmán. Se abrazaron como
si hubieran hecho algo importante, mínimo pero histórico, algo que iba a quedar
para siempre en algún lugar, más no fuera como un recuerdo pequeño dentro de
cada uno de ellos. Lo hicieron. Porque ahora, ¿cuántos años después?, no deja de
pensar en la fijeza de aquella mirada. Esa mirada oceánica que según le contaron se fue perdiendo, haciéndose cada
vez más difusa; a medida que Guzmán, que había sido, dejaba de ser, se sumergía
en la locura.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment