Lo de reírnos y charlar nos gustó a todos, pero lo mejor fue que en un determinado momento ninguno de los tres habló más y todo quedó en silencio. Debemos haber estado así más de diez minutos. Si presto atención, si escucho, si trato de escuchar sin ningún miedo de que la claridad del recuerdo me haga daño, puedo oír con qué nitidez los cubiertos chocaban contra la porcelana de los platos, el ruido de nuestra densa respiración resonando en un aire tan quieto que parecía depositado en un planeta muerto, el sonido lento y opaco del agua viniendo a morir a la playa amarilla.
Juan José Saer, en Sombras sobre un vidrio esmerilado
2 comments:
Silencios compartidos, magníficos cuando se alcanza el grado de complicidad exacta para que no "suenen" incómodos.
Como lo quiero a Saer
Post a Comment