El miedo: el miedo no es igual. El miedo cambia.
Hay miedos y miedos.
Una cosa es el miedo a algo —a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida—, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo.
Vas con ese miedo, natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traés aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que te entró en el medio de la lastimadura.
Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevás y que nunca vas a poder sacarte desde el momento en que empezó.
Despertarse con miedo y pensar que después vas a tener más miedo, es miedo doble: uno carga su miedo y espera que venga el otro, el del momento, para darse el gusto de sentir un alivio cuando ese miedo chico —a un bombardeo, a una patrulla— pase, porque esos siempre pasan, y el otro miedo, no, nunca pasa, se queda.
Fogwil, en Los pichiciegos