Tuesday, September 1, 2009

Las cosas



Estábamos en la cocina, mi tía lloraba. No sé si yo estaba sentado y ella parada. O yo contra la pared y ella en uno de los bancos de madera que nos había regalado la abuela unos años atrás.

Los días siguientes a la muerte (de otro) son días confusos. Son días en los que aceptamos nuestra vulnerabilidad. Días en los que nos prometemos vivir con la consciencia de no ser eternos. Aunque la consciencia dura poco, a lo sumo un par de semanas: después, volvemos a la rutina.

— ¿Cuándo te lo dijo? —preguntó mi tía, exaltada, como si yo hubiese descubierto un eslabón clave en una investigación abandonada por falta de pruebas.

— Me lo dijo. No sé. Hace dos o tres semanas.

Creo que una de las cosas más dolorosas de la muerte de un familiar es la evidencia de que pudimos haber actuado diferente. Y no lo hicimos.

Lamentamos no haber aceptado una invitación a pescar, a pesar de la tormenta. Nos sentimos mal por no haber tenido ganas de hablar, aquel día, a pesar de la borrachera y de las veinticinco horas sin sueño. Por vivir sin la consciencia de que en un momento todo se acaba.

— ¿Y cómo fue que te lo dijo?

— ¿Cómo cómo fue? Nada. Estábamos hablando y... —. En ese momento, percibo el valor que, para mi tía, puede tener esa frase. Quizás mi abuela sabía lo importante que podía ser que ella dijera eso semanas antes de morirse. No hay síntomas previos a los accidentes cerebro vasculares. ¿Sabría ella lo que iba a pasarle? Quizás lo presintió. El punto fue que lo dijo.

Y mi tía llama a mi mamá. Y le dice que le cuente. Y yo le cuento. Le digo que era una charla de cualquier cosa, estábamos hablando, a la tarde, el sol entraba por la ventana, era una charla más y ella dijo: ¿para qué más años? Y veo que la cara de mi mamá se va transformando, igual que la de mi tía antes. A medida que digo que mi abuela dijo: con los que viví estuvo bien. Yo estoy satisfecha con mi vida.

A mi mamá, que hasta ese momento no lloraba, se le iluminan los ojos, mi tía se tapa la cara con las dos manos. Mi mamá sonríe. Mi tía dice: murió en paz. Se quedan las dos calladas.

Yo me pregunto en qué cambian las cosas.

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