Claudia me tiene miedo. Lo sé porque no vino a tocarme la puerta, dos golpes secos uno detrás de otro, sino que mandó a un tipo de traje azul que podría ser abogado, escribano, contador o proxeneta con buenos modales.
Señor, dijo el hombre sin notar que la palabra contrastaba con mi aspecto: musculosa blanca raída y bóxer gris, pelo desordenado, cara somnolienta; le vengo a informar que le debe quinientos pesos a la inquilina del tercero C por la puerta que destruyó la semana pasada. Debo decirle, siguió, que el consorcio no se va a hacer cargo de ninguno de los daños por usted producidos por lo que, mi clienta, lamenta tener que exigirle que pague con la máxima prontitud posible.
Después habló de otra cosa que no escuché. Me quedé pensando en el uso de la palabra prontitud: la relacioné con prontuario e imaginé un traje a rayas hasta que el tipo estiró el brazo y me dio una factura que agarré sin entender demasiado.
Y yo que la primera vez que escuché a Claudia me imaginé desnudo boca arriba en una cama de dos plazas, con ella, morocha, pelo frío, sobre mí, cabalgando desbocada. Y yo que meses después de esa imagen, sexual y gratuita, le debo a una puta, sin siquiera conocer el olor de su cuello, trescientos pesos por haber tratado de salvarla de un imbécil.
— Pensé que la estaban lastimando… —reflexioné en voz alta.
—¿Quién le contó eso?
—No sea idiota —me salió—. ¿O antes de cagarlo a trompadas a usted le avisan por telegrama?
El tipo esbozó una de esas sonrisas que se saben incorrectas y tratan de ocultarse pero terminan generando ganas irracionales de explotar en carcajadas. Tosió.
—Le agradece eso. Pero tiene miedo. Piensa que usted está loco. En vez de romper todo podría haber llamado a la policía, o tocar el timbre, o gritar.
—No sé cuánto conoce a su clienta. No sé si es cliente a la vez, pero mi sentido común indica que, a menos que Claudia tenga un arreglo con los chicos de la Comisaría 31, si yo llamaba al 911 ella podría haber tenido problemas.
Se me ocurrió enumerarle —al hombre de traje azul— la resaca angustiosa, el dolor de cabeza, la acidez intensa, el viejo del alquiler, las discusiones con Marta por la tenencia de los chicos y el millón de hijos de puta que no paraban de generarme problemas, pero intuí que no iban a interesarle mucho.
—¿Me deja que le vaya a pedir disculpas? Puede ser por teléfono, si le parece.
—Voy a hablar con ella. Bajo en un rato y le aviso —me dijo el tipo, se dio vuelta y subió la escalera a los saltos pisando un escalón sí, un escalón no, como si estuviera apurado, como si mi pedido hubiese sido realmente importante y no le interesara arrugar su traje de abogado, escribano, contador o proxeneta con buenos modales.
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5 comments:
Me gusta tu poesía pero me gusta más ese color
Beso
Caro
Llegue aca solo haciendo click
y no me arrepiento de las veces que clickee.
Te pongo en mis links,
me gusta tu forma de expresarte.
Suertee
Ania, me alegro de que no te arrepientas de los clicks. Voy a visitarte en tu blog.
Carolina: ¿Qué color te gusta más?
es bueno.
¡Muy bueno! Tenes una forma sensacional de ilustrar tus imágenes con palabras que creo imaginármelos tal cual son.
Un beso.
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