No me gusta la violencia. Sufro al escuchar el ruido seco de un puño contra un pómulo blando, de una palma sobre una mejilla; quedo angustiado durante dos o tres minutos. Quedo con miedo: he llegado a temblar.
Supongo que lo que me asusta es la decisión del que golpea. La seguridad con la que lo hace, su falta de alternativas.
No todo es ficción es mi blog.
“La ficción trabaja con la verdad para construír un discurso que no es ni verdadero ni falso. Que no pretende ser verdadero ni falso. Y en ese matiz indecidible entre verdad y falsedad se juega todo el efecto de la ficción”, dijo alguna vez Ricardo Piglia y, aunque a nadie le importe, estoy de acuerdo.
Ayer me fui a dormir temprano. Cansado, me acosté boca arriba. Suelo acostarme boca arriba y pensar en lo que tengo que hacer al día siguiente (esto sí es ficción: no me permitiría semejante lugar común antes de dormir) cuando escuché la pelea.
Te pago más, ¿cuánto más?
No se trata de eso, andate.
Me voy después de que hagas lo que dijiste que ibas a hacer. ¡Puta!
Y un no. Extendido, prolongado, lastimoso.
Silencio. Pero silencio violento. De esos silencios que son peores que un punzón oxidado atravesándote la rodilla. Un silencio cruel. Sin justificación.
El silencio, a veces, es una de las formas más atroces de la violencia.
Después, un grito.
Claudia gritó, el tipo puteó y yo me tapé la cabeza con la sábana en una actitud infantil, como si fuera un nene de dos o tres años con miedo a la oscuridad.
Y pensé en subir, pero ¿y si el tipo está armado?
Y pensé en llamar a la policía, pero ¿y si a Claudia se le arma quilombo?
Y pensé que muchas veces, o siempre en realidad, es más fácil ser una mierda de persona y cagarse en el otro y no darle bola: dejarlo solo, ponerse los auriculares y leer, irse a dormir o evocar lindos recuerdos y aislarse de todo lo demás, si total…
Pero vaya uno a saber por qué carajo no puedo hacer eso y me angustio y otra vez silencio y le habrá pasado algo y me estoy preocupando por una puta de la que sólo conozco la voz.
—¿Sabés qué?— le dice él, gritando furioso.
Y pienso qué le habrá hecho Claudia al tipo para que esté así. Y por un instante dudo de quién será la víctima, si es que hay una sola, tal vez seamos los tres, pero ella no contesta, se queda callada y otra vez el silencio, el mismo puto silencio angustioso que hace que yo imagine qué pasa ahí arriba y proyecte todo de dos, tres, cuatro formas posibles. Siempre, una peor que la otra.
—¡Te podés ir a la reconcha de tu puta madre! ¿Sabés por qué? —sigue él y ella no responde pero me la imagino llorando o con ganas de llorar. Un llanto tímido, un murmullo ahogado que no sale por respeto o por puro pudor.
—Porque sos una mierda de persona, Claudia.¡Yo confié en vos y me trataste como si fuera un pelotudo! ¿Creés que soy un pelotudo? ¿Eso creés? ¡Idiota! ¿O en serio pensaste que me parecías inteligente?
Ella no responde y yo me pregunto qué habrá hecho y me dan ganas de pedirle al tipo que se vaya, subir al piso tres y tocarle el timbre a Claudia, pararme enfrente de la puerta hasta que salga y gritarle qué le hiciste al flaco éste.
Pero no. Porque es más fácil ser una mierda de persona y cagarse en el otro, sea cual fuere, y no darle bola: dejarlo solo, ponerse los auriculares y leer, irse a dormir o evocar lindos recuerdos y aislarse de todo lo demás, si total…
Y escucho el portazo del tipo que se va. El silencio, pero no un silencio violento, uno calmo, tranquilo, y el llanto de Claudia durante un par de minutos. Un par de minutos, un sonarse de nariz y la música de la radio. Una especie de cumbia, tropical, que suena suave, pero tapa el silencio, el llanto, los gritos y, sobre todo, me deja dormir tranquilo.
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4 comments:
EXCELENTE
im-pe-ca-bi-le!
La cumbia adormece todo. Eso seguro.
Un placer leerte..te invito a leerme www.periodistareflexionando.blogspot.com
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