Estaba la ventana cerrada. La ventana cerrada y yo con una indescriptible sensación de placer como cuando hacés algo que, sabés, no se puede, pero te gusta y transgredís.
Pero pasaron quince días y mi cumpleaños y no me acuerdo por qué tenía esa sensación. No iba a transgredir un carajo. Sólo iba a subir, tocar el timbre y hola Claudia, soy Federico, el vecino, te conozco la voz, la risa…
Pero no. O no del todo. Quizás sí una parte. Sí la parte en la que fui al palier. La parte en la que me dije “flaco, dejá de joder y andá y preguntale si no puede gritar un poco más bajo”. La parte en la que subí al ascensor (sí, todavía me duele el pie: subí en ascensor) y, después de cerrar la puerta tijera, toqué el botón del piso tres.
Sí la parte en la que Máximo Gorki dijo el hombre arriesga su propia vida cada vez que elige y eso lo hace libre. Y aunque yo no arriesgué nada, cuando llegué al tercer piso, después de unos cuatro segundos, dos metros en ascenso vertical, y abrí la puerta, bajé y la cerré despacio, por las dudas, y toqué el timbre, me encontré con algo que nunca me hubiera imaginado.
Tampoco tenía sentido imaginarlo. Sólo fui a pedirle a la dichosa Claudia que me dejara dormir: que bajase el volumen, trabajara menos o pusiese una de esas alfombras esponjosas tipo cancha de fútbol cinco para aislar un poco el sonido.
Inocente, ingenuo. Un poco cagón, por qué no, como dijo el anónimo Dr. N. en uno de sus comentarios, pero no pensé que al tocar el timbre, al oprimir el botoncito y escuchar el trrrrrrrrrrrrr continuado, justo en ese momento, la vieja del tercero D, esa que me conoce desde que tenía seis o siete años y que, cuando puede, me aprieta fuerte los cachetes, saldría y con displicencia, como si estuviera habituada a ese tipo de pregunta, diría: ¿Qué? ¿Vos también visitás a Claudia?
Colorado. Otra vez esa especie de calor que me sube por el cuello y se me enrosca en la cara como cuando mira a un espejo y lo pinta de mí hasta que estalle, ¿o era todo ficción?, y siento que tengo que hacer algo, instintivo, animal y por impulso, vergüenza o nerviosismo, dejo el timbre, a la vieja y a Claudia y bajo las escaleras corriendo, atropellado, un escalón detrás de otro y abro la puerta, para sumergirme en mi departamento del segundo B, como una mulita que se encierra sobre sí misma, como si ahí estuviera a salvo de la vieja, de Claudia, de su voz, la risa, los orgasmos y el color de sus ojos aunque en el fondo, muy dentro mío, quizás profundo pero demasiado latente, sé que por más que quiera, por más que trate de negarlo e intente convencerme de otra cosa, esa voz, la de la puta de mi vecina, es imposible de no oír.
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1 comment:
Colorado? Federico colorado? mmm...mirá vos.
Muy bueno.
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