Al menos, no en su casa. Pienso adónde estará. No puedo dormir. Escribo. Por suerte, siempre encuentro alguna excusa. Esta vez, la excusa es Fogwill.
El tipo nada despacio. Boca arriba, lento. Mueve el brazo derecho. Floto en el lugar. Mueve el brazo izquierdo. Espero. Estamos solos en el segundo carril de la pileta del club Almagro: el viejo y yo. Lo paso por el costado. Él sigue tranquilo. Malla negra, antiparras oscuras, bigote finito y canoso; lo conozco. Llego al borde. Vuelta en el lugar, empujo con los pies. Me lo cruzo de vuelta. Me parece que es Fogwill.
Ahora, cambio el ritmo: busco coincidir en sus descansos, mirarlo para descubrir si la cara es la que vi anteayer en la solapa de “Restos Diurnos”. Foto en blanco y negro, varios años menos.
Se apoya en la pared, se saca las antiparras, resopla con fuerza. Me quedo al lado, en silencio. Lo oigo murmurar.
— Disculpe. ¿Dijo algo?
— No. Hablaba solo.
— ¿Usted es Fogwill?
— Sí. Por eso hablo solo.
Y justo esa semana había estado tratando de ubicarlo para averiguar si daba cursos de escritura. Dice que no, “no por ahora”, pero está esperando que salga la ley del mecenazgo para presentar un proyecto y hacer una especie de instituto con talleristas y becas. Me pregunta adónde escribo; comenta que lee Ñ:”Es una mierda, pero a veces me nombran”.
Volvemos a lo nuestro. Nos sumergimos: él primero, yo atrás. Lo paso de nuevo: ahora con respeto.
***
Me pregunto qué piensa la gente cuando nada. Tengo un amigo que cuenta los largos en alemán, según dice, para no confundirse en el número. No sé en qué pensaría Fogwill, yo me imaginé cómo empezaría su necrológica. “El tipo nadaba despacio. Boca arriba, lento”.
Es de mal gusto hablar de la necrológica de una persona viva. Y generalmente lo que produce mal gusto, también tiene mal olor. Fogwill detecta rápido los olores.
— ¿Vos comiste un caramelo rojo? — dice en otro descanso.
— ¿Eh?
— Nada. No importa..
— Comí un caramelo de frutilla —comento sin entender cómo carajo se habrá dado cuenta. Salí de mi casa hace una hora y media. Compré dos sugus en el kiosco, caminé ocho cuadras, nadé cuarenta minutos y no estaba tan cerca de él como para que pudiera sentirme el aliento.
— Sí. En el aire hay olor a acidulante de frutilla o de frambuesa. Debe ser tu transpiración. Si me das un minuto te digo la marca…
—...
— Suchard.
— Era sugus en realidad.
— Bueno. Da igual: los hace Arcor en la misma fábrica. Cerca de Mercedes.
Se sumerge y nada. Nada más hasta un rato después que me lo encuentro en el vestuario. Le pregunto si está al tanto de la jubilación para escritores. Putea. ¿Quién decide cuál es escritor y cuál no?, dice y se pone a cantar una ópera. El pelado que se seca la axila con la toalla rosa lo mira con desconfianza. Sin prestarle atención, Fogwill comienza el soliloquio.
“Vos que decías lo de los olores, me hiciste acordar. El otro día me estaba cogiendo una mina. Una flaca que viaja mucho por laburo. Azafata es.
Le estaba chupando la concha. En un momento le pregunto: ¿Comiste cilantro? La piba no entendía nada. No sabía qué era el cilantro. Me dice que no, que por ir y venir, por los viajes, sólo había estado picando boludeces.
Vos conocés el Cilantro, ¿no? Un condimento marrón que se usa en la comida peruana. Bueno, pero me dice: lo último fue arroz, aunque ayer a la mañana, en el aeropuerto.
¿Arroz solo?, pregunto. No, con una cosa marrón arriba.
¿Ves? Yo a una mina le chupo la concha y puedo decirte qué comió el día anterior”.
Se ríe con ganas. Termino de vestirme. Lo saludo y salgo del vestuario.
Días después, releo Restos diurnos: los personajes, el hincapié en los olores.
“Beso largo. Tierno y sensual, sabor a pepinos, cafè, torta de ciruela”.
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6 comments:
¿Qué otros olores esconden estas palabras?
cordeliadeeply.blogspot.com
Es la segunda anécdota que leo de Fogwill en ese vestuario.
Qué bien contada, te envidio porque yo de haberlo visto ni me hubiese animado a preguntarle si era él o no.
"Lo paso de nuevo: ahora con respeto", me encantó.
Bue...te dejé otro comentario que no sé si quedó o qué. En fin, me acordé de dónde había leído la otra anécdota de Fogwill en un vestuario. Probablemente la hayas leído, pero por si acaso:
http://tomashotel.wordpress.com/2006/04/24/mi-suegro-y-fogwill-en-el-gimnasio/
No conocía esa anécdota, sí a ton frere. Fue mi profesor, hace no tanto.
Me gustó eso de la "experiencia Fogwill".
Gracias por los comentarios
**
En cuanto a tu pregunta, Cordelia, las palabras (al menos las que trato de usar) son inoloras, incoloras e insípidas.
qué lindo cuento.
m.
genial
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