Friday, September 27, 2013

Un repertorio imprevistamente variable



Todo depende del humor del momento, porque nunca se me ocurriría elegir un cierto tipo de historia; apenas apago o apagamos la luz y entro en esa segunda y hermosa capa de negrura que me traen los párpados, la historia está ahí, un comienzo casi siempre incitante de historia, puede ser una calle vacía con un auto que avanza desde muy lejos, o la cara de Marcelo Macías al enterarse de que lo han ascendido, cosa hasta este momento inconcebible dada su incompetencia, o simplemente una palabra o un sonido que se repiten cinco o diez veces y de los cuales empieza a salir una primera imagen de la historia. A veces me asombra que después de un episodio que podría calificar de burocrático, la noche siguiente la historia sea erótica o deportiva; sin duda soy imaginativo, aunque eso se note solamente antes de dormirme, pero un repertorio tan imprevistamente variable y rico no termina de asombrarme. Dilia, por ejemplo, por qué tenía Dilia que aparecer en esa historia y precisamente en esa historia cuando Dilia no era una mujer que de alguna manera se prestara a una historia semejante; por qué Dilia.

Julio Cortázar, Las historias que me cuento.

Tuesday, September 24, 2013

Bailar, escribir


Una noche, mientras me estaba sirviendo, mi amigo camarero, Laurent, que trabaja en la Brasserie Champs du Mars cerca de la Torre Eiffel, me habló de su vida.

—Trabajo de diez a doce horas, a veces catorce —me dijo— y después de media noche me voy a bailar, bailar, bailar hasta las cuatro o cinco de la mañana, y me acuesto y duermo hasta las diez y luego arriba a las once a trabajar diez o doce horas y a veces quince.

—¿Cómo consigue hacerlo? —le pregunté.

—Fácilmente —dijo—. Dormir es estar muerto. Es como la muerte. Así que bailamos, bailamos para no estar muertos. No queremos que eso ocurra.

—¿Qué edad tiene usted? —le pregunté.

—Veintitrés —me dijo.

—Ah —deje, y lo tomé gentilmente por el codo—. Ah. Veintitrés, ¿no?

—Veintitrés —dijo sonriendo—. ¿Y usted?

—Setenta  y seis —dije—. Y yo tampoco quiero estar muerto. Pero no tengo veintitrés. ¿Qué puedo hacer?

—Sí —dijo Laurent, inocente y todavía sonriendo—, ¿qué hace usted a las tres de la mañana?

—Escribir —dije al cabo de un momento.

—¿Escribir? —dijo Laurent asombrado—. ¿Escribir?

—Para no estar muerto —dije—, como usted.

—¿Yo?

—Sí —dije, sonriendo ahora—. A las tres de la mañana escribo.


Ray Bradbury, introducción a El hombre ilustrado.

Saturday, September 21, 2013

Como el agua de la profundidad




A veces, cuando nado, lamento no tener un cuaderno, un lápiz, una hoja donde anotar los pensamientos que se suceden como si fueran sueños.

A veces, cuando nado, pienso. Y me alejo de ese ir y venir, esa repetición cansina: respiración músculo movimiento. Respiración músculo movimiento

A veces, horizontal, corrijo algún cuento, repito como un mantra un párrafo, una frase, buscando una palabra.

En los sueños, el tiempo no pasa. Transcurre distinto, como el agua de las profundidades de un lago, que se mueve aunque no sigue la pendiente del río sino que circula al azar en un espacio cerrado.

Brazada, respiración, brazada, y la mano sumergida en la transparencia blanda.

En los sueños, el tiempo no pasa. Transcurre distinto, como el agua de la profundidad de un lago, que se mueve aunque no sigue la pendiente sino que circula al azar en un espacio cerrado.

Burbujas solitarias.

En los sueños, el tiempo no pasa. Transcurre distinto, como el agua de la profundidad de un lago, que se mueve aunque no sigue una pendiente sino que circula al azar en un espacio íntimo.

El agua diáfana, clorada.

Pero. En el fondo del lago el agua no circula al azar sino que se mueve vaya a saber uno por qué cosa. 

Brazada, respiración sumergida en la transparencia blanda.

En los sueños, el tiempo no pasa. Transcurre distinto, como el agua de la profundidad de un lago, que se mueve aunque no sigue una pendiente sino que circula cerrada en un espacio íntimo.

Venecitas, impulso, envión.

En pocos minutos, uno puede ver una historia que llevaría páginas y páginas escribir y sólo se da cuenta de lo que duró cuando, al abrir los ojos, mira en el reloj las agujas.

La mano, la transparencia blanda.

En pocos minutos, uno puede ver una historia que llevaría páginas y páginas escribir y sólo se da cuenta de lo que duró cuando, al abrir los ojos, mira en el reloj las agujas de la penumbra.

Burbujas.

En los sueños, el tiempo no pasa. Transcurre distinto, como el agua de la profundidad de un lago, que se mueve aunque no sigue una pendiente sino que circula cerrada en un espacio íntimo.