Wednesday, October 26, 2011

Peces


Al principio, cuando instaló la pecera, eran doce movedizos pecesitos pero, iletrado en aguas, el exceso de comida o alteraciones en la temperatura o defectos en la aireación y filtración redujeron el lote rápidamente.

La primera muerte fue una catástrofe.

El señor Pelice extrajo el cuerpecito finado, una vez que comprobó en forma absoluta que no se movía ni aun empujándolo con un dedo, con la redecilla de tul y lo depositó sobre una hoja de hortensia en medio del escritorio y lo veló algunas horas con la lámpara de aceite.

Con una cuchara clavó un hoyo al pie de una magnolia foscata y enterró allí al pececito.


Haroldo Conti en Perfumada noche.

Saturday, October 22, 2011

Fotos de una autopsia*


Adoración Gutiérrez parece querer sostenerse de ese pañuelo de papel que, ahora, agarra con las dos manos. Está sentada en el comedor de su casa de Ramos Mejía, frente al escritorio donde trabaja como abogada. Tiene los ojos húmedos, la voz tranquila y ganas de que no existan motivos para que alguien la entreviste.

En silencio, esperando que se prenda el grabador, que llegue la primera pregunta, parece desear que los últimos años hayan sido parte de una filmación hecha con una cinta mágica. Una cinta que permita ir hacia atrás; que a medida que retroceda borre las imágenes grabadas. Quiere volver al día en que a su hija la quemaron viva. Retroceder hasta el momento en que María Laura fue rociada con un bidón de nafta; borrar la escena en el basural de Gonnet donde Mirta Orellana y Elida Isopra trataron de asfixiarla con una bolsa de nylon, y no pudieron. La imagen de esas dos mujeres intentando descuartizar a su hija con un pequeño cuchillo. O aquella otra, en el departamento de Villa Lugano, donde le inyectaron Trapax para atontarla. Evitaría los golpes, los insultos. Pondría pausa a las tres de la tarde del miércoles 8 de noviembre de 2000, antes de que María Laura se subiera al Fiat 133 azul en el que la secuestraron. Y se detendría a disfrutar de esa expresión sin miedo.

Si pudiera, Adoración retrocedería un poco más: hasta llegar a la última siesta, la vuelta del trabajo, a uno de esos momentos en los que, todavía, nadie podía imaginarse lo que iba a pasar.

*

El día que fue a reconocer el cuerpo, durante todo el viaje entre Ramos Mejía y La Plata, Adoración Gutiérrez tuvo la ilusión de llegar y descubrir que la que estaba ahí, sobre la camilla de metal, no era su hija. Pensaba: qué hacer si es María Laura. Pensaba: no voy a poder seguir viviendo. Era ella. Y los días se transformaron en una cosa oscura, una sustancia lenta y espesa. Adoración quería quedarse quieta, en la cama hasta enfermar, hasta que pasara algo, cualquier cosa, que terminara con ese sufrimiento.

A seis meses del asesinato, había tres detenidas pero la causa no tenía juez, fiscal ni nadie que investigara. No quedaba claro dónde había muerto María Laura: los secuestradores la habían tenido en un departamento en Villa Lugano y, luego, la habían llevado a un baldío de Gonnet para prenderla fuego. El lugar de la muerte iba a determinar a qué juzgado le correspondería hacerse cargo. Pero faltaban pericias y el caso seguía nebuloso. En medio de la confusión, Adoración fue a La Plata. Preguntó en mesa de entradas por el nombre de su hija: nada; por el de las imputadas: nada. Un meritorio, un adolescente, ella sólo se acuerda de que se llamaba David, la acompañó a buscar. Juntos encontraron la fiscalía en la que se radicaba la causa. El expediente no estaba. Después de un rato, lo ubicaron. En la fiscalía tuvieron que reconocer que se les había traspapelado. “En ese momento mandaron a hacer las pericias. Si yo no iba a preguntar, si no iba hasta La Plata e insistía para saber qué había pasado, quién sabe qué habría sucedido con el caso”.

Los días seguían lentos, oscuros, espesos. Hoy, Adoración dice que cuando uno sufre tanto, en un momento toca fondo. En ese momento, uno hace un clic y toma una decisión tajante. Para bien o para mal. “Yo un día me levanté y dije: no puedo seguir así”.

A los 48 años, empezó a estudiar Derecho. “Además de que me permitía entender la causa, me sirvió de terapia. El tener la mente concentrada en estudiar, en preparar los exámenes, leer monografías y trabajos me hacía pensar en otra cosa”.

No fue fácil. La memoria no era la misma que a los 20. “Y es difícil estudiar después de que te pasó algo terrible”. Le costaba concentrarse. Pero cada contenido teórico lo pensaba referido a su caso. “Una de las primeras materias era Derechos Humanos, que estaba puramente enfocada a los imputados. De la víctima no hablaba nadie. Era muy duro, pero yo no decía nada. No quería que me aprobaran por lástima, ni que los profesores garantistas me tomaran como una representante de las víctimas”.

Se dio cuenta de que estudiar era una de las pocas cosas que la hacían sentir bien. “Al poco tiempo, dije: si Dios me da la fuerza para terminar la carrera, voy a trabajar por los derechos de las víctimas”.

En agosto de 2004 empezó el juicio. Durante cuatro años, ella ayudó al abogado en su rol de madre. A mediados de 2008 se recibió, empezó a trabajar en la Organización No Gubernamental AVISE y, un tiempo más tarde en el Centro de Protección de los derechos de la víctima. En esos meses, aunque le costó decidirse, asumió la defensa del caso de María Laura. Ayudar a otras madres, a otros familiares de víctimas, le hizo bien. Seguir con la causa del asesinato de su hija no.

*

Durante la entrevista, en las dos horas y media en que agarrada de su pañuelo de papel blanco contará su vida y el caso de su hija, Adoración Gutiérrez dirá once veces la palabra “terrible”.

*

—Hola, pá

—Hola, Laurita

—No le avisaste ¿no? ¿A nadie?

—No, no. ¿Qué pasa?

—No, ¿a nadie?

—No, por supuesto

—Bueno. ¿Recibiste el llamado de antes?

—Si, ¿te sentís bien? ¿Estás bien?

—Sí estoy bien, pero lo único que piden es la plata y que no se le avise a la policía, ni nada. Sobre todo, lo que van a hacer sino, si se les da eso, ¿viste?

—¿Te golpearon? Tranquila. ¿Los nervios?

—Sí. Pero bueno, pasa eso. Lo único que quieren es eso. Los conoz....

—Escuchame. ¿Qué quieren que haga mañana?

—Que saques lo del banco. Porque no es que me amenazan a mí sola, es a ustedes también.

—¿Qué hago con la plata?, ¿dónde voy?

—Que la tengas vos la plata y ellos después llaman. Pero esto para que me dejen ir ahora.

—Ajá, escuchame. ¿Te estás…?

—Yo cuando vuelva no puedo abrir la boca de nada, ni me tienen que preguntar nada.

—¿Pero te dejaron salir de la casa?

—No.

—¿Estás en una casa?

—No te puedo decir donde estoy.

(…)

—¿Te están apuntando?

—No, no, no. Ahora no me están haciendo nada. Va a pasar si se abre la boca. Porque no son dos personas ni tres, son más las que están atrás de todo esto.

(Transcripción del segundo llamado extorsivo, desgrabado en la causa).


Adoración dice: “Lo dijo Laura. Son varias personas que están atrás de esto”. En la causa queda mucho por saber. “Pese a toda la investigación, sólo hubo dos condenas”. En enero hubo un cambio de fiscal. El juez llamó a declarar a testigos que nunca habían hablado. Adoración confía en que va a haber más detenciones.

*

María Laura fue la primera de cuatro hijos. Nació en 1978. Dos años después, otra nena. Prematura, de seis meses y medio, que tenía una malformación y murió al nacer. Adoración dice que pidió verla. Dice que era hermosa. Tres años más tarde, volvió a quedar embarazada. En el verano fue a Mar del Plata con Laura, el que entonces era su marido y los abuelos de Laura. Cándido Gutierrez, 59 años, tuvo un infarto masivo. Ella le hizo respiración boca a boca, masajes cardíacos. Lo vino a buscar una ambulancia. El padre de Adoración murió al llegar al hospital. Desde ese momento, contracciones, pérdidas y, ahí mismo, trabajo de parto. El bebé, seis meses, pesaba un kilo. Ella lo vio. Lo sintió llorar. Pero en la clínica no había terapia. Lo trasladaron. Y murió en la ambulancia. Unos días después, la maestra de preescolar llamó a Adoración: quería hablar con ella. Los dibujos que hacía María Laura estaban llenos de cruces.

“Yo no quería volver a intentar, porque había sufrido mucho la pérdida de esos dos bebés —dice Adoración, frente a su escritorio, el pañuelo de papel—. Pero cuando Laura tenía diez años, quedé embarazada de Noelia”. La hermana de Laura nació con una cardiopatía que se podía arreglar con una operación. Si bien, siempre había estado medicada, jugaba como cualquier chico. Iba a cumplir tres años. Pero tenía los órganos en espejo, el corazón a la derecha y la operación que no era tan difícil se complejizó. Sin embargo, aparentemente todo había salido bien. Fue a verla al hospital. En la sala de terapia intensiva, Noelia susurró: “Quiero ir a casita”. Después, vomitó sangre. Después, unos médicos le dijeron a la madre que la hija había muerto. A la semana, luego de que la hubieran enterrado, les avisaron que la única forma para saber qué había pasado era hacer una autopsia. Demasiado tarde. Nunca nadie pudo demostrar que hubiera habido mala praxis.

Y pese a todo, ahora, Adoración dice: “pero los problemas vinieron después“.

Se divorció de su marido. Laura dejó la escuela porque tenía miedo de salir a la calle, ganas de nada. Sin embargo, pudo superarlo y a los 20 años terminó el secundario. Empezó a trabajar en una clínica de Casanova. Ahí conoció a su novio, Wilfredo Percy Incio Chepeyquen, el médico que, dice Adoración, fue el autor intelectual del asesinato.

*

El amor todo lo puede

Todo parece hermoso cuando éste crece

(…)

Pero cuidado

Al encontrar un amor no te entregues de prisa

No te enamores perdidamente

Siempre tené los pies sobre la tierra y aunque creas en esa persona desconfiá un poquito

Porque ese sueño puede convertirse en pesadilla.

Puede derrumbarte en un segundo.


(Fragmento de un poema de María Laura que Adoración publicó en un libro un año después de la muerte de su hija).

*

—¿Alguna vez viste fotos de una autopsia? —dice Adoración,

con la causa en la mano.

—No.

—Mirá éstas. De Laura. Acá se ve la espalda quemada. Mirá: las cortaduras en las articulaciones —señala una foto en blanco y negro.

Luego otra. Y otra más. Pasa las páginas fotocopiadas. Tiene los ojos húmedos. Sin embargo, en ningún momento se pondrá a llorar. No perderá la entereza. Como si lo que estuviera haciendo fuera demasiado importante para detenerse en sus sentimientos.

—Hay una, por acá, donde se ve mejor cómo encontraron el cuerpo.

*

Adoración escuchó a un perito diciendo que habían querido descuartizar a su hija. Escuchó a dos mujeres que antes de ser condenadas a cadena perpetua por asesinar a María Laura dijeron ser inocentes. Escuchó a una testigo que encontró el cuerpo. Escuchó la pregunta: ¿Qué sintió al ver el cadáver? Escuchó la respuesta: olor a carne asada. Escuchó muchas cosas. “Fue duro”, dice y se suena la nariz con el pañuelo de papel.

En medio de los alegatos, mientras el abogado defensor hablaba, Adoración se puso de pie y aplaudió con bronca. Con una furia seca, contenida, irreverente. Aplaudía cada vez más fuerte. El hombre dejó de hablar. Hasta el aire estaba incómodo. El juez del Tribunal pidió silencio y llamó a un cuarto intermedio.

Faltaban dos alegatos. El abogado le recomendó que saliera de la sala. Él entendía que todo esto era muy duro. Ella: no. Se iba a quedar: en silencio escucharía lo que fuera. “Traté de abstraerme de lo que decían. Miraba una foto de Laura: lloraba. Las lágrimas se me caían de adentro. No podía hablar. No podía aplaudir. No podían prohibirme que llorara”. Hubo dos cuartos intermedios de media hora. El resto del tiempo, desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde, Adoración lloró lágrimas de Justicia.

*

En noviembre de 2011, su caso se publicó en Clarín. Al día siguiente la llamaron de radios y revistas. Fue al programa de televisión de Mirtha Legrand y contó su historia. Diez días más tarde, la policía detuvo al médico Wilfredo Percy Incio Chepeyquen, a su hija Maira Incio Loreto, y a Víctor Hugo Cisterna, empleado de una santería.

El 24 de diciembre, según dice Adoración por un error del fiscal que citó una prueba inexistente, Chepeyquen salió de la cárcel. Ese día, ella fue al juzgado a revisar unos papeles. Al dar vuelta en un pasillo, se encontró frente al acusado de planear el crimen de su hija. No se cree una mujer violenta. No sabe qué podría haber hecho si se quedaba ahí. Decidió seguir caminando. Dice que fue terrible.

Esa semana empezó a tener contracturas, vértigo, mareos. “La situación me afectó muchísimo, pero pude sobreponerme”.

En enero, después de que se agregaran los habeas corpus y las presentaciones de los abogados, pudo leer el expediente completo. Lo analizó en sus vacaciones: vio los detalles de cada allanamiento. “Pero no como los vieron el fiscal o los investigadores. Viéndolos en profundidad, cruzando información, pensando en todo lo que había pasado”. Siete cuerpos, doscientas fojas, una causa muy compleja. Dos mil cuatrocientas páginas que Adoración leyó veces y veces y veces. La parte en que María Laura habló con el padre creyendo que iba a volver a su casa. La parte en la que las dos mujeres fueron a la estación de servicio y llenaron un bidón con cinco pesos de nafta. Todas esas partes. “Y las fotos del hallazgo del cuerpo. Son terribles. Mi hija quemada, desfigurada: de frente, de perfil. Sin embargo, y aunque parezca mentira, ver lo que le hicieron me dio más fuerza para seguir adelante. Para no bajar los brazos. Porque uno ve las fotos y no puede creer que haya seres humanos capaces de hacer eso: los cortes, la carita casi sin nariz”.

El médico que la atendió después de la crisis nerviosa, sus amigos, muchos famliares le dijeron que, mejor, quizás, sería poner otro abogado. Lo pensó pero se preguntó quién tomaría un compromiso como el de ella. Diez años, miles de hojas, varios fiscales, una causa complicada. “Dejarla sería fallarle a Laura y fallarme a mí misma. Conozco el caso como nadie y si no lo sigo yo, no va a llegar a ningún lado. Hay muchos cabos sueltos —dice aferrada a su pañuelo de papel blanco—. Yo sigo: aunque me cueste la salud, voy a buscar Justicia hasta el final”.


*Nota publicada en la revista Viva.