Friday, September 21, 2007

Silencios

No me gusta la violencia. Sufro al escuchar el ruido seco de un puño contra un pómulo blando, de una palma sobre una mejilla; quedo angustiado durante dos o tres minutos. Quedo con miedo: he llegado a temblar.

Supongo que lo que me asusta es la decisión del que golpea. La seguridad con la que lo hace, su falta de alternativas.

No todo es ficción es mi blog.

“La ficción trabaja con la verdad para construír un discurso que no es ni verdadero ni falso. Que no pretende ser verdadero ni falso. Y en ese matiz indecidible entre verdad y falsedad se juega todo el efecto de la ficción”, dijo alguna vez Ricardo Piglia y, aunque a nadie le importe, estoy de acuerdo.


Ayer me fui a dormir temprano. Cansado, me acosté boca arriba. Suelo acostarme boca arriba y pensar en lo que tengo que hacer al día siguiente (esto sí es ficción: no me permitiría semejante lugar común antes de dormir) cuando escuché la pelea.

Te pago más, ¿cuánto más?
No se trata de eso, andate.
Me voy después de que hagas lo que dijiste que ibas a hacer. ¡Puta!

Y un no. Extendido, prolongado, lastimoso.

Silencio. Pero silencio violento. De esos silencios que son peores que un punzón oxidado atravesándote la rodilla. Un silencio cruel. Sin justificación.

El silencio, a veces, es una de las formas más atroces de la violencia.

Después, un grito.

Claudia gritó, el tipo puteó y yo me tapé la cabeza con la sábana en una actitud infantil, como si fuera un nene de dos o tres años con miedo a la oscuridad.

Y pensé en subir, pero ¿y si el tipo está armado?

Y pensé en llamar a la policía, pero ¿y si a Claudia se le arma quilombo?

Y pensé que muchas veces, o siempre en realidad, es más fácil ser una mierda de persona y cagarse en el otro y no darle bola: dejarlo solo, ponerse los auriculares y leer, irse a dormir o evocar lindos recuerdos y aislarse de todo lo demás, si total…


Pero vaya uno a saber por qué carajo no puedo hacer eso y me angustio y otra vez silencio y le habrá pasado algo y me estoy preocupando por una puta de la que sólo conozco la voz.

—¿Sabés qué?— le dice él, gritando furioso.

Y pienso qué le habrá hecho Claudia al tipo para que esté así. Y por un instante dudo de quién será la víctima, si es que hay una sola, tal vez seamos los tres, pero ella no contesta, se queda callada y otra vez el silencio, el mismo puto silencio angustioso que hace que yo imagine qué pasa ahí arriba y proyecte todo de dos, tres, cuatro formas posibles. Siempre, una peor que la otra.

—¡Te podés ir a la reconcha de tu puta madre! ¿Sabés por qué? —sigue él y ella no responde pero me la imagino llorando o con ganas de llorar. Un llanto tímido, un murmullo ahogado que no sale por respeto o por puro pudor.

—Porque sos una mierda de persona, Claudia.¡Yo confié en vos y me trataste como si fuera un pelotudo! ¿Creés que soy un pelotudo? ¿Eso creés? ¡Idiota! ¿O en serio pensaste que me parecías inteligente?

Ella no responde y yo me pregunto qué habrá hecho y me dan ganas de pedirle al tipo que se vaya, subir al piso tres y tocarle el timbre a Claudia, pararme enfrente de la puerta hasta que salga y gritarle qué le hiciste al flaco éste.


Pero no. Porque es más fácil ser una mierda de persona y cagarse en el otro, sea cual fuere, y no darle bola: dejarlo solo, ponerse los auriculares y leer, irse a dormir o evocar lindos recuerdos y aislarse de todo lo demás, si total…



Y escucho el portazo del tipo que se va. El silencio, pero no un silencio violento, uno calmo, tranquilo, y el llanto de Claudia durante un par de minutos. Un par de minutos, un sonarse de nariz y la música de la radio. Una especie de cumbia, tropical, que suena suave, pero tapa el silencio, el llanto, los gritos y, sobre todo, me deja dormir tranquilo.

Thursday, September 6, 2007

Onetti (para leer en voz alta)

Sonrío en paz, abro la boca, hago chocar los dientes y muerdo suavemente la noche. Todo es inútil y hay que tener por lo menos el valor de no usar pretextos. Me hubiera gustado clavar la noche en el papel como a una gran mariposa nocturna. Pero, en cambio, fue ella la que me alzó entre sus aguas como el cuerpo lívido de un muerto y me arrastra, inexorable, entre fríos y vagas espumas, noche abajo.


(El pozo)

Wednesday, September 5, 2007

Como cuando hacés algo que, sabés, no se puede, pero te gusta y transgredís

Estaba la ventana cerrada. La ventana cerrada y yo con una indescriptible sensación de placer como cuando hacés algo que, sabés, no se puede, pero te gusta y transgredís.


Pero pasaron quince días y mi cumpleaños y no me acuerdo por qué tenía esa sensación. No iba a transgredir un carajo. Sólo iba a subir, tocar el timbre y hola Claudia, soy Federico, el vecino, te conozco la voz, la risa…


Pero no. O no del todo. Quizás sí una parte. Sí la parte en la que fui al palier. La parte en la que me dije “flaco, dejá de joder y andá y preguntale si no puede gritar un poco más bajo”. La parte en la que subí al ascensor (sí, todavía me duele el pie: subí en ascensor) y, después de cerrar la puerta tijera, toqué el botón del piso tres.


Sí la parte en la que Máximo Gorki dijo el hombre arriesga su propia vida cada vez que elige y eso lo hace libre. Y aunque yo no arriesgué nada, cuando llegué al tercer piso, después de unos cuatro segundos, dos metros en ascenso vertical, y abrí la puerta, bajé y la cerré despacio, por las dudas, y toqué el timbre, me encontré con algo que nunca me hubiera imaginado.


Tampoco tenía sentido imaginarlo. Sólo fui a pedirle a la dichosa Claudia que me dejara dormir: que bajase el volumen, trabajara menos o pusiese una de esas alfombras esponjosas tipo cancha de fútbol cinco para aislar un poco el sonido.


Inocente, ingenuo. Un poco cagón, por qué no, como dijo el anónimo Dr. N. en uno de sus comentarios, pero no pensé que al tocar el timbre, al oprimir el botoncito y escuchar el trrrrrrrrrrrrr continuado, justo en ese momento, la vieja del tercero D, esa que me conoce desde que tenía seis o siete años y que, cuando puede, me aprieta fuerte los cachetes, saldría y con displicencia, como si estuviera habituada a ese tipo de pregunta, diría: ¿Qué? ¿Vos también visitás a Claudia?




Colorado. Otra vez esa especie de calor que me sube por el cuello y se me enrosca en la cara como cuando mira a un espejo y lo pinta de mí hasta que estalle, ¿o era todo ficción?, y siento que tengo que hacer algo, instintivo, animal y por impulso, vergüenza o nerviosismo, dejo el timbre, a la vieja y a Claudia y bajo las escaleras corriendo, atropellado, un escalón detrás de otro y abro la puerta, para sumergirme en mi departamento del segundo B, como una mulita que se encierra sobre sí misma, como si ahí estuviera a salvo de la vieja, de Claudia, de su voz, la risa, los orgasmos y el color de sus ojos aunque en el fondo, muy dentro mío, quizás profundo pero demasiado latente, sé que por más que quiera, por más que trate de negarlo e intente convencerme de otra cosa, esa voz, la de la puta de mi vecina, es imposible de no oír.